911: We’ll never forget! ¡Jamás olvidaremos!
Rafael Román Martel
Jamás olvidaremos el 11 de septiembre. El contraste de un día sin una nube y el fuego y el humo de las torres y la muerte que ocurría allí, a la vista de nuestras casas, y el sentido de frustración y de incompresión que nos poblaba.
Las víctimas del 911 no habían atacado a nadie. Muchos eran miembros de las llamadas minorías, muchos hispanos, afroamericanos, musulmanes, etc. Eso no lo tuvieron en cuenta los asesinos, los que fueron arrastrados por el odio. Y provocaron una nación unida, el despertar de un movimiento que hoy está más vivo que nunca.
Quizá pensaron que el miedo trabajaría aquí.
La ciudad está topada de residentes, turistas, más viva que nunca a cualquier hora que usted la visite. Se ha reenforzado el respeto por los bomberos, policías y servidores públicos. Muchos dieron sus vidas y hoy muchos están crónicamente afectados por los residúo de la química que se esparramó por toda la ciudad después del rerrumbe de las torres gémelas.
Jamás podré olvidar los ojos asaltados por el asombro de un gran amigo que viajaba conmigo desde Elizabeth ese día, Tony Pacheco, donde ejercíamos el magisterio y un viaje que hacíamos en quince minutos nos costó nueve horas, porque se había paralizado el mundo alrededor de nuestras casas. Parados en medio de la carretera 1-9-totalmente paralizada por horas- la gente veía claramente el humo y el fuego en la distancia. -¿Qué pasó? ¿Qué pudo haber pasado? ¿Cómo sucedió esto?- Se preguntaban unos a otros entre largos intervalos de silencio. Porque, aunque ya se había dicho una y otra vez en los medios de comunicación que había ocurrido un atentado terrorista, nadie sabía con exactitud lo que realmente lo había provocado. Y mucho menos se sospechaba la infecciosa intención, la enfermiza maquinación que había logrado aquél desastre.
No sopechábamos que aquél día era el comienzo de una nueva era. Era el final de la inocencia en el país más libre del mundo. Nada fue igual jamás.
Y fue el comienzo de la guerra.
Reflexionamos sobre lo que pasan los israelitas a diario siendo blanco de los ataques de estos fanáticos sin Dios y sin conciencia.
Reflexionamos a cerca del libre albedrío y la despreocupación que ejercíamos en viajar, en sentirnos seguros. Sin embargo, el objetivo principal de los terroristas había fracasado. Se reflejaba el asombro y la angustia en los rostros de los residentes de este país pero aqui en Nueva York jamás trabajó el terror. Nos unimos como jamás se había visto. El mundo se unió y Nueva York es hoy la Meca de la Libertad, donde hacen su peregrinaje hombres, mujeres y niños de todos los rincones del mundo. Sí, hicieron muchos daño los que odian, dejaron 10,000 huérfanos como resultado de su inquina pero despertaron un sentimiento de unidad que no se había manifestado de esa forma ni cuando los japoneses atacaron Pearl Harbor.
Hoy Nueva York es un verdadero símbolo de libertad. Es la ciudad a donde todo el mundo quiere ir no de donde todo el mundo quiere huir.
Los que cayeron en las torres no eran guerreros, ni sanguinarios imperialistas, eran gente simple y trabajadora, padres de familia, mujeres en estado, jóvenes que se habrían un porvenir a base de trabajo y esfuerzo, niños que murieron abrazados por las llamas en una guardería infantil.
Eso no se puede olvidar.
Aquí se está llorando por gente inocente.
Estas víctimas no habían ido a ninguna parte a tirar bombas ni a sembrar el terror.
No serán olvidados.
Estoy en contra de las guerras. Son la plaga de la humanidad pero defenderse no es un plan de guerra, es un ejecicio de sobrevivencia. Los que se rasgan las ropas y se golpean con cadenas en nombre de su causa hoy en el Medio Oriente, quizá fueron parte de los que bailaban en las calles cuando inocentes preferían sucidarse, tirándose desde los pisos más altos de las torres antes que perecer en las llamas que jamás llegaron a comprender, cuando aquí se sufría. Y se sufre.
El odio de los terroristas desató una ola de amor. Del terror se arraigó el valor, el espíritu de sacrificio, la unión.
Esto es también incomprensible para los asesinos.
Para la mayoría del mundo el 911 fue un golpe frío, inesperado. Para los que odian a este-el mejor país del mundo-fue una fiesta. Para nosotros, los que vivimos a escasos minutos de Manhattan 911 es un símbolo de unidad y de apoyo contra todo el que combate el terrorismo en la tierra. El terrorismo trabaja en sociedades sin Dios y sin sentido de dirección. En Los Estados Unidos ha fracasado.
“Cualquier día vienen otra vez y hacen otra de las suyas”, he oído decir en incontables ocasiones, pero el miedo que intentaron sembrar los terroristas se ha manifestado a la inversa. Hay más gente en las calles de Nueva York que en ninguna otra etapa de su historia. Hay más respeto por las autoridades. Existe un mayor sentido de unidad, de humanidad. Latente está un sentido de misión contra el terrorismo.
Este es quizá el más relevante homenaje que podamos rendir a las víctimas del 911.
Mi gran amigo Silvio Acosta trabajando para nuestro Political Reporter tira fotos de la fila de miles de personas que visitaron, con el mayor respeto y humanismo, la Tierra Sagrada del World Trade Center el primer día que se abrió al público la plataforma de Fulton Street.