A manera de homenaje

Por Rafael Román Martel

Tu suelo americano ha sido “usado”
como tu verbo ágil cual el puma.
Tu amor-patrio-ejemplo es sólo bruma.
Cardos y ortigas crecen en tu prado.

Pocas rosas dio tu jardín sembrado
con ilusiones blancas y fe suma.
Tu sol de libertad se volvió espuma.
Espiga tierna que tronchó el arado.

Maestro en la palabra y el ejemplo
tu visión de un Continente unido
hoy es tan sólo pisoteados ramos.

Es madriguera de ruindad tu templo.
Por todo en desagravio yo te pido:
Perdónanos Maestro. ¡Te fallamos!

José Raúl Alvarez.

El sábado 29 de enero de 1991 nos reuníamos en Nueva York un grupo de cubanos. Un frío cortante complementaba la temperatura glacial en el alma de la gran ciudad. En el espacio donde nos encon-trábamos el calor humano, la extensión de todo lo que representa el hombre a quien homenajeabamos nos contagió; el frío dejó de sentirse, cantamos el himno nacional y hablamos de José Martí.

Cien años después que Martí caminara por las calles de Nueva York con la an-gustia y la ansiedad por Cuba a cuestas, la historia-como novela circular- nos coloca en las mismas calles, con las mismas inquietudes, con el afán de ver a nuestra patria Libre. Así se establece un paralelismo entre nuestra situación y la del poeta cubano. Aquí encontró vicisitudes del destierro; la oposición de sus compatriotas. La desolación lo llevó a deambular por las calles de esta ciudad una noche de invierno donde al llegar a una taberna y ser abordado por un camarero quien preguntó qué deseaba respondió: un alma. La envidia y el celo hicieron que cuando intentaba hablar ante un grupo de cubanos le gritaran : “¡Qué hable Armas! ¡Qué hable Armas, que es patriota!” Martí cedió la tribuna al solicitado. Fue en esta ciudad donde sintió el recelo del general García y la oposición táctica de Crombet junto con cierto desprecio de “los hombres del machete”. En el cuarto piso del 120 de Front Street Martí, indiscutiblemente, se fue curtiendo con los golpes y su labor literaria, los números de La Edad de Oro, los poemas de Ismaelillo, y sus numerosos ensayos y epistolario nacen de la prolijidad necesaria para la subsistencia de tanta sensibilidad. No es solamente producto de su talento sino oasis donde proyecta su naturaleza ante tanta lucha con los hombres; he aqui uno de los aspectos de su gran-deza: la fuerza interior que lo hace pro-pagador esencial del amor.

Cuando en su cuerpo ya se reflejaban los golpes del sacrificio, de las noches largas, de los ataques y las preocupaciones escribió restableciéndose en las montañas de Catskill: ” Para entender mejor a los hombres estoy estudiando a los insectos, que no son tan malos como parecen, y saben más que nosotros”.

Al borde del centenario de su muerte el nombre de Martí es abusado por los comunistas en Cuba y por los charlatanes del exilio. Todo lo que él representa sirve de estandarte para disfrazar, precisamente, lo que él dedico su vida a combatir. La envidia, la maldad, la vanidad hueca, el celo, la ambicion de poder se cubren con sus frases y todos citan su ejemplo; los menos como paradigma, los más como fachada.

Martí es luz “para justos e injustos”, como el sol, todo lo que emana de él alumbra. Es infame atacarlo, es imposible ignorarlo. Los que no llegan a él lo utilizan de una manera deplorable. Los que lo respetamos sabemos que su verbo definido no tiene cabida para falsas interpretaciones. Esta definición lo hace enemigo natural de los socialistas. Ese parámetro que traza entre el bien y el mal lo estigmatiza de “neurótico” ante los “liberales de izquierda”. Su humanismo, extensamente manifestado a través de su obra y en especial en su ensayo sobre Emerson, deja destruídas las leyes del socialismo científico en su código personal. Cuando escribió sobre Marx y sus ideas plasmó de una manera tácita su posición. La historia también le concedió la razón a Martí cuando en 1989 comenzó el desplome de este sistema que Gorbachev intentó reformar “dialecticamente”.

En sus últimos años era blanco de muchos que en su época jamás lo comprendieron, gentes de similar estirpe a los que hoy lo profanan citando sus frases mientras ejercen el cinismo o la intolerancia. En las cartas a su madre y a Manuel Mercado se puede comprender que el peso que lo abruma es un bagaje de heridas y se puede percibir su fatal resolución porque ya presentía su final: “Mi porvenir es como la luz del carbón blanco, que se quema él para iluminar alrededor….La muerte o el aislamiento serán mi único premio.”

Su palabra fue rayo de poema ante tanta oscuridad. Le fue imposible a la mayoría de su generación penetrar su mensaje, se hace facil a la nuestra llamarle “Maestro” pero difícil tarea poner en práctica sus enseñanzas, continuar su misión.

En estos días cercanos al 28 de enero los cubanos conmemoramos el nacimiento del hijo favorito de Cuba. Esto está muy bien. Sería fabuloso que la mayoría, en algunos aspectos, trataramos de emularlo.

El grupo que nos reunimos en la entrada del Central Park ante su estatua nos despedimos después de nuestra ofrenda. Caminamos en direcciones contrarias. Entre el silencio y nuestros pasos podíamos palpar un profundo respeto por aquel hombre ejemplar que nos hizo reunirnos ante su imagen, tan lejos todos de nuestra tierra. Curiosamente, una frase que el apóstol dejó en uno de sus cuadernos de apuntes me venía a la mente una y otra vez, una frase que jamás leí ni escuche en Cuba: “Que no haya injusticia para los gusanos”.

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