Clamor cubano

Rafael Román Martel, Placas Rodó 2000, Museo de Newark, New Jersey

Larga y triste es la historia contemporánea de Cuba. Muchas son las atrocidades cometidas. Una de las más recientes fue el genocidio del remolcador “13 de Marzo”, donde, en las cercanías de la bahía de La Habana fueron aniquilados 41 cuba-nos, por el simple hecho de intentar huir de la tiranía castrista y alcanzar la libertad. Las edades de estas víctimas, ahogadas con mangueras de barcos de la Marina de Guerra cubana, son claro testimonio de la barbarie que ha imperado en Cuba por los últimos 41 años. Niños y niñas de tres y cuatro años, y hasta una criatura de 6 meses de vida fueron brutalmente asesinados.

Largo y gris se tiende nuestro clamor contrastando con el azul de nuestro cielo, con el celeste de nuestro mar, con el aire que por las tardes golpea suavemente el sudor de los cubanos, como una reafirmación de la generosidad de la naturaleza, como un contrapeso a los traspiés de nuestra historia, a nuestro incansable ánimo por alcanzar la independencia, cuya fecha celebra-mos los 20 de mayo con un amor consumado en nuestro corazón, pero no en la realidad, porque no podemos voltear la espalda al hecho de que después de 2 Guerras de Independencia, la república nació con un revólver en la cabeza, y su máximo representante ausente. Nuestra patria cayó rápidamente en el caos de las pasiones políticas y las tendencias que mejor representaban intereses foráneos, porque su conciencia, José Martí, había caído en Dos Ríos. El sacrificio de nuestro apóstol es un hilo de sangre iluminada en el vientre de la palma, símbolo de nuestro escudo.

De esta sangre estamos bañados los cubanos. Engendró en nosotros la definición nacional. Aunque algunos lo acusen de exagerar la importancia de su tierra, pronosticó el papel esencial que Cuba ha jugado en Latinoamerica. Y aunque hemos desde entonces sido victimizados por irregularidades políticas, la con-ciencia martiana late y laterá ecuménicamente a través de los siglos.

El clamor cubano cobró forma en las plumas de Martí, de La Luz y Caballero, Varela, Heredia y tantos otros que con versos y certeras prosas le dieron voz al rostro y a la voluntad general del criollo, del negro, del mulato, del español que reconoció a Cuba como su patria, del dominicano, cuyo pueblo está in-trinsécamente ligado al nuestro en la figura de magno Máximo Gómez, del venezolano en Narciso López, el patriota que izó por primera vez la bandera cubana en la ciudad de Cárdenas. Inseparablemente ligado está nuestro clamor a Nuestra América, cuyos hijos han derramado su sangre en nuestras Guerras de Independencia.

Ellos abrieron el camino a la extraordinaria rebeldía de los más brillantes escritores cubanos. La historia de nuestra literatura es la historia de dos exilios, el externo de Guillermo Cabrera Infante y Heberto Padilla y el interno del gran Lezama Lima y Virgilio Piñero. El triste fin del exilio interno de Nelson Rodríguez, quien enloquecido por la persecusión y el acoso de los comunistas cubanos, recogió sus manuscritos inéditos y se lanzó a la aventura de secuestrar un avión que lo llevara a donde podría manifestar su angustia. El intento de Nelson le costó la vida, fue fusilado en 1973.

Una vez que la generación del Mariel logró en tierras de libertad publicar sus trabajos, supimos de la persecusión y el maltrato del más auténtico e universal de nuestros escritores contemporáneos: Reinaldo Arenas. En la introducción a sus memorias y en su carta de suicidio se encuentra el clamor cubano, el ansia de libertad para su tierra, las furias clandestinas que un ser humano sólo puede desatar cuando su voz no es apagada por la intoleran-cia y el odio que emanan de las dictaduras. Ese destacado grupo de escritores de la generación del Mariel no se dedicaron a escribir ciencia ficción, ni proyectaron su talento en lograr una fama ajena a su empirismo, Arenas, Roberto Valero, Amando Fernández, Diosdado Consuegra y Miguel Correa, entre otros, dedicaron sus obras a detallar la supresión de la libertad, a ventilar su clamor cubano.

Nuestra generación se caracteriza por los poetas y escritores que, habiendo nacido en años de revolución, cargan con las repercusiones de ésta. Se extiende en los versos de Joaquín Gálvez, de José Corrales, de Félix Rizo, de Alina Galiano y de tantos otros que hemos llegado a comprender que hasta que no alcancemos la libertad y la independencia de nuestra patria, somos parte de su angustia, somos elementos del cuerpo cubano. Con más de dos millones fuera de la isla, dispersados,
individualistas, luchadores, controversiales, pero unidos en el clamor por una meta que, con sus altas y su bajas, se expande hoy por las Américas.

El clamor cubano se tiende como una lágrima que moja de ópalo el naciente arcoiris de la democracia latinoamericana. Es una extensión de la lucha emancipadora de nuestros pueblos, bañados de la sangre de héroes, levantados de los escombros del colonialismo.

Hoy nuestra realidad es el rezago de la epidemia totalitarista. Hasta que no alcanzemos nuestra independencia, hasta que todos los cubanos seamos dueños y arquitectos de nuestro destino, nuestro compromiso con la libertad es un sentimiento congénito, como lo es en todo lati-noamericano, en todo ser humano que, por ley natural, reconoce instintivamente su derecho a la autonomía.

Estamos conscientes que en ocasiones somos incomprendidos. Los destructores de nuestra patria han sabido fabricar y vender bien sus mentiras. Estamos conscientes de que en muchas ocasiones se nos acusa injustamente de no tener el valor para erradicar la dictadura. Si este fuese el caso, por qué entonces han caído miles de cubanos ante los pelotones de fusilamiento castrista, por qué no se habla de la Guerra del Escambray, donde miles de cubanos mal armados y sin apoyo, mantuvieron a cientos de miles de tropas comunistas en la línea de fuego por más de cinco años. Más de 250 mil cubanos han pasado y todavía hoy miles se mantienen sufriendo la infrahumanidad de las mazmorras castro-comunistas. Muchos han regresado a costas cubanas para comenzar la guerra, hombres como Vicente Mendez y un joven poeta de 18 años, Tony Becil, quien después de arribar a este país en 1980 se absorvió en la literatura martiana y decidió regresar a Cuba con ánimo independentista, con una docena de hombres para ser fusilado por su heroíco gesto. ¿Quién puede poner en dudas la valentía y el patriotismo de Tony Cuesta, de Orlando Bosh, de Mario Chanes de Armas, este último, quien fuera compañero de lucha de Fidel Castro y comprendiendo que la democracia prometida sería traicionada, pagó con 30 años de cárcel por oponerse a ser parte del holocausto cubano.

El 17 de abril de 1961 los hombres de la brigada 2506 dieron el máxi-mo ejemplo de patriotismo, tratando de evitar con la armas las cuatro décadas que hasta hoy sufren los cubanos bajo el estado militar. Muchos pagaron con sus vidas. Demostraron integridad, valor, y la convicción total de que si resultaban victoriosos, rescatarían a la isla del tenebroso estado en que se encuentra. Aún traicionados por el gobierno de Estados Unidos, el cual prometió asistencia aérea y logística, 1,500 hombres resistieron a miles de cubanos echizados por Castro, que en aquel momento creían en la revolución cubana. Muchos de los que combatieron a los brigadistas caerían después ante el fuego de los pelotones de fusilamiento castristas o murieron bajo las más deplorables condiciones y torturas bajo las órdenes del hombre por el que, en aquel momento, estaban dispuestos a dar la vida. Cientos de miles de aquellos fanáticos de la revolución se encontraban años después en el exilio, lamentando no haber estado del lado de los libertadores de la Brigada 2506, a los cua-les calificaron por aquel entonces de mercenarios.

Los brigadistas habían tomado el camino de la luz en tiempos en que gran parte del universo carecía de la visión necesaria para distinguir la plaga del totalitarismo marxista que impera hoy en nuestra isla. En tiempos en que, en la voz de Nestor Al-mendros: “Nadie Escuchaba”. Ecos del grito de Baire y de Yara, de las campanas de Céspedes, del machete de Maceo y Agramonte. Estirpe de Bolivar y San Martin, de Máximo Gómez, de Tomás San Gil y de Osvaldo Rámirez alimentaban su gesto. Hoy el valor de los hombres de la Brigada 2506 queda en la historia como testimonio de que al patriotismo que los movió a tomar las armas estaba unido a una clara visión política que se hizo evidente en 1989, cuando el mundo pudo ver la caída de la ideología marxista ante las ansias de libertad del pueblo soviético y los países del bloque de la Cortina de Hierro. Hoy irrefutables documentos revelan que desde el triunfo de los bolcheviques hasta la caída de Chauchesco en Rumania el marxismo y sus corrientes han bañado de sangre el universo, arrebatando 100 millones de vidas.

Durante las pasadas semanas hemos visto como se ha tratado de estigmatizar a la comunidad cubana de intolerante y reaccionaria en el lamentable caso del niño Elián González. Hemos visto como el 70% de la población norteamericana aprobó la manera en que los agentes de Janet Reno secuestraron a Elián con fuerza innecesaria, poco usual en nuestra democracia, teniendo en cuenta que en la casa de los González en Miami no habían armas, sólo había amor, oraciones, manifestaciones demócraticas, clamor cubano. Al mismo tiempo que muchos latinoa-mericanos comprenden nuestra situación, otros no alcanzan a entenderla. Los cubanos somos un pueblo de profundas raíces familiares. Jamás nos opusimos a la reunificación de Elián con su padre. Pero sabemos que ahora en Cuba Elián no es libre. Su padre también lo sabe. Cuando los cubanos alzamos nuestra voz y nuestro derecho a protestar en el caso de Elián es porque entendemos porque su madre, Elizabeth, sacrificó su joven exis-tencia por rescatar a su hijo de una isla cautiva por un dogma aberrante y sin futuro. Hoy Elizabeth no puede hablar. Por ella alzamos nuestra protesta los cubanos que hemos al-canzado la libertad, tras sufrir la au-tocracia del marxismo. Como demócratas no podemos callar cuando se le arrebata un hijo a la libertad.

Nuestra historia se extiende en la tristeza. La isla se tiende entre nosotros y la muerte. No somos libres sin ella, no existimos sin identificarnos con su alma maternal, no renunciamos a perder nuestra condición nacional ni nuestro derecho a ser libres. No podemos sentir el sabor total de la libertad, sabiendo a nuestro pueblo en cadenas. Nuestro canto, nuestro clamor es un poema épico que aguarda su desenlace. Nuestro clamor intenta agitar la con-ciencia Latinoaméricana con necesidad hermana. Larga y triste nuestra historia, se niega a doblegar su justo derecho humano.

Rafael Román Martel
Placa Rodó Latinoamérica 2000
Leído en La Biblioteca Pública de Newark
July 15 2000

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