Cuba tormenta

Rafael Román Martel

En los pueblos adyacentes a la Habana la gente se refugia en sus casas a las siete de la noche. Si el estado cubano no corta la luz, los que tienen televisor, podrán ver en una de las cinco tediosas horas de programación el noticiero, que proyecta constatemente la imagen de Fidel y los logros de la revolución. Cuarenta años de pesadilla no han sido suficientes para una minoría que todavía cree algunas de las barbaridades que les inyectan los publicistas oficiales. Pero en la mayoría del pueblo existe un desencanto tornado en desesperación y no se halla una salida. Algún consuelo brindan los que regresan con sus medicinas, su abominable comercio, sus ropas, artefactos y dinero que brindan a sus familias para que les sea posible sobrevivir comprando en el mercado negro. Porque aunque la moneda oficial es el peso, el dólar acarrea casi tanta autoridad en Cuba como la figura de Fidel Castro.

Por el malecón se trafican los jóvenes cuerpos de las cubanas. La marigüana se puede conseguir, se bebe una especie de ron doméstico con sus consecuencias estómacales, pero los cubanos no parecen estar preocupados por el efecto de alcohól-metralla , no existe nada que los pueda estimular a levantarse al día siguiente que no sea “resolver”: el verbo nacional . Las horas son largas cuando no cae un turista o la omnipresente sombra de la Seguridad del Estado cubre a los jóvenes cubanos de terror. En contraste, el mar golpea la bahía de la Habana, como un desafío a la opresión, como un amotinado aliento radicalizando la percepción de fuga que tanto han practicado los que se fueron y que anhelan diariamente los que continúan atrapados en la isla.

Los disidentes son seres de un calibre heróico. Se habla de ellos en voz baja. Muchos son los cubanos que se preguntan por qué razón estos hombres y mujeres se atreven a retar el sistema. Después de todo, el ser humano quiere sobrevivir, aún en las más paupérrimas circunstancias. Durante los últimos días la ola de represión se agita de nuevo. Más recias leyes contra la delicuencia, delirantes condenas para los que cuestionan a Fidel. Se esperan más fusilamientos, más abuso, más represión, y la probabilidad de que se levante el embargo-arma, un tiempo atrás necesaria, utilizada por los Estados Unidos y Cuba para jugar a la política-queda descartada una vez más. El desgaste es evidente, en Cuba y en el exilio, donde los demagogos y los patriotas han naufragado en otra isla: Incapacidad; tan desesperante como alejada de la realidad. Porque la realidad está un paso adelante, donde se pierde la identidad, donde la respuesta es un círculo de abstracciones. ¿Qué va a suceder en Cuba? ¿Seremos capaces de lograr la anunciada democracia? ¿Quién está dispuesto a sacrificar? ¿A dónde han ido a parar los ideales que forman parte crítica de nuestros cimientos y por los que tantos han dado la vida? ¿Hasta cuando los que han dicho: “¡Unión!” continuarán separándonos? La problemática cubana es un laberinto encerrado en un inmeso signo de interrogación. Mientras tanto, el pueblo continúa en estado de sitio, paradógicamente, a noventa millas del imperio, que apoya con tanto afán los ideales de la democracia, como ha ignorado el sufrimiento del pueblo cubano.

*

Las necesidades más elementales se hacen más y más difíciles de conseguir en la Cuba de Castro. Dos veces recibieron jabón los ciudadanos el año pasado. Si querían bañarse se veían obligados a comprar jabón en el mercado negro, con dólares, desde luego. La migaja de pan que van a buscar diariamente a la panadería no cubre las necesidades. No hay medicinas. Sim embargo, en la calle Galeano, Centro Habana, una de las múltiples tiendas de dólares ofrecen una surtida variedad de artículos, ante la palidez de los cubanos que miran desde la acera, sin ni siquiera poder entrar. Lo mismo sucede en los hoteles, sitios donde el turista es el ciudadano de primera clase. Cuando se le pregunta a los niños cubanos qué quieren ser cuando crezcan: “¡Turistas!” reponden. Hasta ese plano ha llevado el castrismo a la identidad nacional.

El sistema educativo es un desastre, digan lo que digan los portavoces comunistas o los cubanos que han sido engañados con títulos que, en su mayoría, sólo sirven en Cuba o algún otro país remoto. El sistema de salud forma parte de la larga lista de fracasos. Todo tipo de profesionales ambicionan un trabajo en lo que sea dentro de los hoteles. Otros conducen un taxi. Muy pocos quieren trabajar, de la disciplina y la responsabilidad personal que exige una democracia ni hablar. La conducta moral -en términos de respeto humano- está por el piso, tanto en La Habana como en Miami. Una larga lista de carencias plagan la identidad cubana. Es el resultado de aplicar una dictadura comunista a un pueblo con características claramente morbosas, ampliamen-te demostradas cuando se votaba a las calles en 1959 pidiendo el paredón para gente que ni siquiera conocía, o cuando en 1980 practicó la violencia en multiples manifestaciones a otros cubanos cuyo crímen era el de estar hartos del fracaso y la mentira. Hoy muchos de aquellos jacobinos del 80 trabajan y comen y viven entre sus víctimas, y hasta maldicen a Fidel con frecuencia.

Sobre los pueblos que rodean La Habana y en toda la isla, un delgado silencio pronostica una tormenta. El cubano no teme a ningún tipo de cambio, palabra que en Cuba adquiere una extraordinaria relevancia. Hace tiempo que se vive con la cabeza baja, con los ojos en búsqueda de cualquier puerta que los saque de la pesadilla, mientras reciben a los duendes del norte, que alguna vez fueron ellos, ahora cargados de medicinas, ropas, jabones y algún que otro tipo de trofeo, para consolarlos en la espera, mientras prevalece el delirio.


Rafael Román Martel, escritor cubano, activo colaborador de La Voz, ha publicado En Camino y Barlow Avenue.

NOTA: Este artículo se publicó en el periódico La Voz de Elizabeth, el 11 de marzo de 1999.

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