Después de Elián
Después de Elián
Por Rafael Román Martel
Si algo pone en evidencia los recientes acontecimientos del caso Elián Gonzáles, es que uno de los legados más destructivos que dejará Fidel Castro por generaciones es la división de la familia cubana.
El núcleo social de la familia cubana está dividido. Un aire de resentimiento y odio, alimentado por la retórica castrista por los últimos 41 años, a tomado raíces en los cubanos de la isla.
La negación de Dios, de las instituciones sociales, substituídas por un estado militar beligerante, cuya fuerza es la violencia y el odio, han climatizado a la isla de una atmósfera enferma, que sólo desaparecerá generaciones después de Castro. Porque una realidad inescapable es que cuando exista un cambio hacia la democracia en Cuba, existirán cubanos que exclamarán: “Con Fidel sí que teníamos muchas cosas.” En Moscú todavía existen miles de rusos que añoran el resurgimiento de un Stalin. Esa es la naturaleza humana.
Por otra parte los que se han desarrollado en una sociedad civil, libre, actúan y revisan todos los aspectos sociales desde otra perspectiva. La mayoría de los cubanos que se han criado en Miami han asimilado, no sólo las características de la sociedad norteamericana, sino sus tradiciones religiosas, su sentido de familia, su amor por la libertad, por la cual sus padres dejaron todo en la isla.
Nos divide algo más extenso que noventa millas de mar.
Entre el odio engendrado por una ideología siniestra y fracasada y el amor de dos millones de cubanos fuera de Cuba se debate la nacionalidad, la proclamación del bien y el mal. ¿Quiénes sómos? Las víctimas de la política, los escombros de la experiencia socialista.
Las palabras de los dirigentes cubanos en la isla después del secuestro de Elián a manos de la salvaje procuradora Janet Reno, en complicidad con Vil Clinton y Al Gore, ponen en evidencia que no existe diálogo ni reconciliación ni paz entre los cubanos, mientras Castro y sus secuaces mantengan a Cuba como rehén.
El peor desenlace de la delirante agonía comunista sería lo que todos tememos: una guerra civil. Para los que abogamos por una solución pacífica a la problemática cubana los recientes acontecimientos nos cierran opciones. Castro y los comunistas que lo siguen han demostrado por 41 años que es imposible encontrar una solución pacífica mien-tras continúen en el poder abusando, vejando y torturando a los cubanos de uno y otro lado del mar.
A los de allá les suprime la libertad y a los de acá nos niega el derecho a vivir en nuestra isla en pleno ejercicio demócratico, mientras recibe millones de dólares manteniendo a los familiares en Cuba como rehenes bajo la carencia de artículos básicos, subsistiendo en la miseria.
La familia cubana goza de una larga tradición de enlaces de amor, apoyo y comprensión. El comunismo, que hace cuatro décadas abrazó la mayoría del pueblo, se ha encargado de alzar inextrincables muros entre hermanos, tíos, primos, madres y padres. El caso de la familia de Elián es el más reciente ejemplo.
Es muy posible que veamos más conferecias de prensa en los próximos meses, hablando de reconciliación, de unión familiar, de paz. Es posible que ahora la iglesia venga, convenientemente, a intermediar. Hasta ahora no habían alzado la voz porque se le trataba de arrebatar un niño a la Libertad. Clinton y Castro utilizarán al niño para romper un embargo económico que jamás ha existido. Esto es también posible.
Después de Elián la familia cubana está más dividida. Para romper con la paz cristiana de la Semana Santa, Fidel Castro y Vil Clinton han sido utilizados como facilitadores de la discordia cubana, ahora viene la segunda parte de su plan: utilizar la tragedia para abrir paso al arreglo político.