Después de la marcha
Rafael Román Martel
El gesto de la cantante Gloria Estefan el 25 de marzo del 2010, convocando a miles de cubanos en Miami en apoyo de Las Damas de Blanco, es otra ráfaga de la persistencia del exilio cubano en apoyar a sus compatriotas en Cuba, esos que se juegan la libertad y la vida por exteriorizar su protesta, por no seguir a la mayor parte del pueblo cubano: ponerse la careta de la doble moral.
En el caso de los comunistas cubanos la triple moral, pues en éstos seres se multiplican la paranoia y el terror por el odio y sus elementos. Algo que en Cuba toma un macabro color tropical.
Mientras Gloria y los cubanos de Miami desfilaban por la Calle Ocho la agencia de noticias Reuters publicaba un artículo especificando como los aviones que viajan a Cuba van abarrotados de cubanos cargados de artículos para sus familiares.
La estrategia de Fidel Castro trabaja después de 51 años. Una vez dijo “dejénlos que se vayan, trabajarán para nosotros”. ¿Cuántos cubanos que marcharon ayer no estarán hoy en un avión destino La Habana? ¿No es esto parte de una doble moral también? Una doble moral con una excusa familiar pero está claro que para la mayoría del cubano la familia está primero y la libertad toma un segundo lugar. Castro, el cubanólogo más destacado en la historia de la isla, sabía bien que el cubano estaría sujeto al chantaje familiar a costo de cualquier otra prioridad. Esta cualidad de poner a la familia primero, que es positiva, no apoya las ansias de libertad por las que luchan los Guillermo Fariñas de este mundo. Si algo nos muestra el reciente sacrificio de Orlando Zapata, la lucha constante de los doctores Ferrer y Biscet y los esfuerzos olímpicos de Las Damas de Blanco es que la libertad no se adquiere ni se pide ni es negociable. Alcanzar la libertad es tarea difícil, como testigo están los miles de expresos políticos que han pasado por las prisiones de la familia Castro.
El argumento del dictador se apoya en firmes realidades como lo es la cubanísima frase “que vaya otro, que se joda otro, tú no”. Quizá por eso nos destacamos de pueblos como el rumano que hace 20 años se liberó del comunismo tirándose a las calles al unísono y sacando como a una sabandija al dictador comunista Causesco y a sus esbirros. Los rumanos pagaron un precio muy alto por este gesto, así conquistaron la libertad.
¿Quiere decir esto que los cubanos no tienen el valor de hacer lo mismo que hicieron los pueblos del este de Europa en 1989? Han demostado que lo tienen. Decir lo contrario sería absurdo. Por más de cinco décadas una parte del pueblo cubano ha luchado por establecer la libertad en la isla, cuya independencia nació torcida. Desde 1959 el saldo en muertes, desaparecidos, y encarcelados ha dejado una marca indeleble tanto en la historia de Cuba como en la identidad nacional.
Hoy con casi dos millones de cubanos fuera de Cuba. La mayor parte de éstos jamás regresarán. El ser cubano está muy claro en nuestros corazones pero la razón nunca ha sido nuestro punto fuerte, por eso la otra parte de personas nacidas en Cuba, la que sale a reprimir, la que se siente “internacional”, mucho más materializada por la dialéctica y la práctica marxista, ha dejado de identificarse como cubano o cubana. Han pasado a ser una pandilla de comunistas, socialistas, marxistas o fidelistas. Un pequeño segmento ha dejado la nacionalidad cubana para adoptar el raulismo, otra innovadora forma de la negación de la nacionalidad cubana.
El materialismo de estas personas nacidas en Cuba también ha sufrido de una considerable deficiencia de ambición. Por más de 50 años aspiran a tener una tostadora o un televisor chino a costa de cualquier precio, incluyendo la dignidad humana que los “gusanos” han mantenido aún obteniendo muchos y más cuantiosos beneficios, ganando el respeto del imperialismo yanki-el causante de todos los males del universo. Esta realidad ha dividido aún más a los cubanos.
Esta diferencia entre los que se aferran a ser cubanos y aspiran a que su país sea libre y los marxistas y raulistas que maltratan a Las Damas de Blanco en el paraíso de la familia Castro es tan palpable como La Marcha de Gloria Estefan en Miami porque deja en claro puntos vitales en el entendimiento de la pesadilla revolucionaria y su larga estadía en el poder.
En primer plano no es un pueblo que apoya a otro, es el segmento de un pueblo que apoya a la minoría de otro, cuya mayoría está bajo el yugo de una dictadura manejada por la familia Castro. La otra parte de ese pueblo está dividida entre los que están ellos primero y la libertad después y los que en Cuba son comunistas primero y todo lo demás después. En el medio queda la esencia de la cubanidad. Los cubanos que se resisten a llevar una careta y desprecian la doble moral.
La doble moral está latente en los dos lados del mar. Es por eso que no se puede unir el cubano ni es pueblo, y el cuento de que todos somos cubanos y todos somos hermanos es un mito. Otro engaño del baúl de la revolución y de la retórica de segmentos del exilio. Mientras más tiempo pasa más separados estamos los demócratas de los comunistas. No es una separación geográfica, es una separación insalvable, que al final llevará a Cuba a desenlace que no beneficiará ni aun lado ni al otro, pero que cada día se ve más claro en el horizonte político de la isla.
Gloria Estefan y su millón de seguidores llamaron la atención mundial y esto tiene su significado. Después de la marcha y la prensa quedan los comunistas maltratando a los cubanos, cuya gran parte le vira el rostro a los abusos de los esbirros castristas y simplemente se concentra en resolver: el verbo nacional. Miantras tanto una minoría lo pone todo en juego para trata de liberarlos.
La marcha está muy bien pero la realidad es que el simbolismo ha dado todo lo que iba a dar. El comunismo utiliza el simbolismo con una ametralladora en la mano y lleva como lema la frase lenilista de que la realidad es concreta no abstracta. Por lo tanto para ellos la marcha es parte de una fantasía.
Después de 51 años de opresión y un exilio cansado es admirable ver a la juventud cubana de Miami desfilando para apoyar a los disidentes cubanos pero quizá las valiosas vidas de Miguel Valdés Tamayo y Orlando Zapata Tamayo, junto a la de tantos hombres y mujeres de insondable valor no sea suficiente hasta que la mayoría de los cubanos, de ambos lados de mar, vean el sacrificio, a mayor o menor medida, como el único precio que exige la libertad.
Las dos Cubas, los dos pueblos que se separan cada día más. Uno aboga por la libertad y la democracia, el otro por el odio y la violencia. Los cubanos no son “un pueblo”, son un bando de bolheviques internacionalistas y del otro lado un bando de cubanos que aman y luchan por la libertad.