El factor pachanga

El Factor Pachanga

Por Rafael Román Martel

La situación en Venezuela no muestra mucha disimilitud a la que ya tradicionalmente vive nuestra América. No se trata de las típicas dictaduras, después de todo Chávez es un producto de la democracia. Ni del desastre de éstas en algunos de nuestros países, cuyos gobernantes electos no han tenido precedentes: un demente en Ecuador, Bucaram y un ciudadano japonés en el Perú, Fujimori, para citar un par. La consistencia de que hablamos está más cerca de nuestra idiosincrasia. Se trata de la bachata, la comparsa, la falta de seriedad para gobernar combinada con la falta de responsabilidad para ejecutar conspiraciones. Esto de los coup de etat es cosa seria. Los que se envuelven en estos menesteres no tienen espacio para errores. Los resultados de errar los acabamos de ver en Venezuela. Hacer el ridículo no es gusto de nadie. Cuando se hace el ridículo poniendo la propia vida y las de otros por el medio es simplemente una insensatez. El regreso triunfante de Chávez al poder es muestra convincente de que los conspiradores no estaban bien apoyados ni organizados. Contaron con el timing del golpe, reunieron lo que ellos estimaron suficientes fuerzas. Estaban seguros-y yo también-que la mayoría del pueblo está en contra del presidente, pero no calcularon la habilidad de la contra inteligencia-asesorada por un gobierno experto en esta especialidad- y de la volubilidad de un sector de las fuerzas armadas, de cuyo núcleo emana el presidente.

Se especula sobre un auto golpe. Las interpretaciones hollywoodenses nunca faltan en ocasiones como estas. Descarto las historias de misterio en la política, por demás irrevelantes y difíciles de probar.

El señor Chávez no puede ocultar su apariencia de indio bruto. El hombre es un admirador de uno de los símbolos vivientes más repudiables de la historia. Quiere experimentar con una filosofía política que cuelga de las paredes más siniestras del museo universal. No tiene tacto para inyectar al pueblo venezolano con su visión de un futuro socialista. Empuja su fuerza con decretos, hace burdas declaraciones, muestra un aire carnavalesco, en concordancia con recientes presidentes y líderes latinoamericanos. Es un orador desastroso. Y lo peor de todo; sus políticas llevan a la destrucción económica y social y al aislamiento a Venezuela. Castro, su más cercano aliado, sabe todo esto, pero para un ser como el dictador cubano los barriles de petróleo son de vital importancia. Además, a estas alturas tener un joven admirador que lo abraza y besa, que habla de él como si fuera una deidad es algo irresistible para un viejo decrépito que es rechazado por la mayor parte del mundo, recientemente hasta lo votaron de una fiesta. A propósito de la comparsa latinoamericana, Castro no está exento de ésta. Es quizá uno de sus integrantes más rimbombantes y exóticos, aunque tiene seria competencia: Menem, Bucaram, Salinas de Gortary, etc. La excepción es que Castro es un payaso extremadamente peligroso.

Sin embargo el comunista cubano no es ningún imbécil, todo lo contrario, y si bien no ha asesorado a Chávez inteligentemente en asuntos políticos, en eso de las conspiraciones es un experto. Con cuatro a cinco mil cubanos en Venezuela no hay que tener un Ph, D en Ciencias Políticas para asumir que los elementos cubanos se activaron rápidamente, brindando todo su apoyo a los sectores chavistas leales en las fuerzas armadas y sobre todo asesorando a los líderes políticos en las barriadas marginales de Caracas para lograr organizarlos con eficiencia. Claro que Fidel no salvó la situación. Los conspiradores son amateurs, y este lujo se paga caro.

No contaron con que los que apoyan a Chávez no tienen nada que perder. Su apoyo proviene de los desesperados, los olvidados por gente como ellos mismos, algunos de los cuales controlan el multimillonario negocio del petróleo en Venezuela. Sobreestimaron la fuerza que Chávez alimenta con sus promesas, porque han estado sobreviviendo a merced de los privilegiados y bajo el control y la burla de hombres como Carlos Andrés Pérez y ante el desprecio de las clases dominantes. Los conspiradores se pusieron una venda ante la realidad de que la clase media, honesta y trabajadora dificilmente domina las calles, y de que las fuerzas armadas tienen una debilidad por sus líderes. Chávez representa una promesa para esta gente, una promesa que puede tornarse en pesadilla, pero una promesa es más de lo que han tenido hasta ahora.

Si Chávez se abraza con el asesino de Castro qué importa. Si Chávez habla como un troglodita, quiere manipular el petróleo para sus propios intereses, tiene apariencia cómica e inclinaciones comunistas eso tampoco importa para esta gente, porque no tienen nada, porque la otra cara de la moneda no les ha brindado el espacio para desarrollarse y esto también pasó desapercibido por los conspiradores.

¿Son éstas razones para apoyar otra dictadura en nuestra América? Desde luego que no. Nada justifica una dictadura y mucho menos comunista. Pero la gente que canta hoy en las calles de Venezuela no sabe de estas cosas como el pueblo cubano no lo sabía en 1959.

Los conspiradores llevaban un ideal democrático en sus intenciones, pero carecían de un líder. Este factor que no acarrea peso en el sistema norteamericano juega un papel crucial en nuestra América, vulnerable a las pasiones, inmadura en la disciplina cívica del proceso democrático.

Es esta falta de seriedad la que afecta a nuestros pueblos apasionados y fiesteros. Quizá por eso las cadenas más importantes de los Estados Unidos no prestaron atención a la breve convulsión que sufrió el pueblo venezolano. La pachanga nos caracteriza y por esta somos juzgados. No fueron serios los patriotas que quisieron salvar a Venezuela. A los pueblos no se les rescata con golpes de estado. ¿Es qué acaso no hemos aprendido la lección?

Chávez comienza a mostrar sus colmillos. Es el pichón de Fidel. Pero fue electo por el pueblo venezolano. Es la responsabilidad de ese pueblo sacarlo del poder en las próximas elecciones. El país está suficientemente dividido, lo menos que necesita ningún pueblo es la plaga imborrable de una guerra civil. Los hombres que quisieron librarse de Chávez sacándolo del poder cumplían con su conciencia anti dictatorial, pero no con las leyes democráticas. Aplaudo sus intenciones pero no sus métodos. Llamarse demócrata y aplaudir un golpe de estado es una contradicción irreconciliable.

Desgraciadamente sus acciones han revivificado a un presidente fracasado: ahora es un héroe de las izquierdas internacionalistas y de los pobres de Venezuela. Desafortunadamente es la clase media de este país la que ahora pagará las consecuencias de lo que podrían ser una serie de leyes descabelladas que ahogarán a Venezuela en el desconcierto, la violencia y la miseria.

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