Entre política e ideales
por Rafael Román Martel
A Mario Fernández y Silvio Acosta
A los presos políticos cubanos
El exilio cubano se divide en opiniones sobre el cambio de política de Clinton hacia Cuba, pero la mayor parte de éste piensa que el presidente está equivocado. En Miami un ambiente de furia recorre las ondas radiales. La mayoría de los cubanos que residen en el noroeste de Estados Unidos y los que deambulan alrededor del mundo como exiliados políticos tampoco están muy contentos. Clinton ha relajado las sanciones aplicadas a la dictadura mediante la ley Helms-Burton, ley que el presidente se vio presionado a firmar después que Castro derribara las avionetas de Hermanos al Rescate, asesinando a cuatro patriotas cubanos. Antes de esto existía la llamada ley Torricelli, que es como si no existiera. Esta última todavía está en pie y-fuera de la demagogia de los políticos-se desconocen sus efectos. Se sabía que después de la inolvidable visita del Papa a la isla en enero algo ocurriría; está ocurriendo. Vuelos directos a Cuba, más dinero para mantener al desastre económico y todo un paquete de concesiones comienza a negociar el gobierno de Clinton con el régimen comunista de la Habana. Esto-según los involucrados en esta decisión de la Casa Blanca-ayudará a una transición pacífica en la isla y preparará al país hacia una era post-castrista. Toda esta verborrea revestida de la más flemática hipocresía deja establecido que los intereses de los Estados Unidos y la inclinación izquierdista de la actual administración en la Casa Blanca están por encima de la opinión o el sentimiento nacionalista de los cubanos libres. Es posible que existan unos cuantos que crean de buena fe que este cambio será beneficioso para el pueblo cubano, si es así: bienvenido sea. Pero tales consideraciones están muy por debajo de una connotada simpatía de parte de elementos dentro de la administración de Clinton por el régimen castrista y más por debajo aún de los intereses de los Estados Unidos.
Ante el temor de que la situación creada por la dictadura estalle en una revolución popular o en un alzamiento de elementos militares, y como resultado un posible movimiento nacional-democráta tome las riendas del país, la opción es influenciar al pueblo cubano con una política de apoyo, con la apariencia de ayuda directa al pueblo de Cuba y con el pleno conocimiento de que el control total queda en manos de los comunistas. Al mismo tiempo se calcula que Castro, por orden natural, no estará mucho mas tiempo en el poder, por lo tanto, un cambio de política coloca a los Estados Unidos en una situación de mayor posibilidades de control sobre el futuro de Cuba. Con los elementos de resistencia dentro de la isla no cuentan, porque no existe una organización coherente. De las organizaciones del exilio no se ocupan, porque la desunión, el oportunismo y la incapacidad han hecho a la mayoría inefectivas; sólo un alto sentido de patriotismo de una minoría las mantienen activas. La opción que se comienza a llevar a cabo es una búsqueda de posición conciliatoria, donde se dé la apariencia de que el único interés de los Estados Unidos es aliviar la terrible situación económica que sufre el pueblo cubano. De esa forma van infiltrando una palpable presencia materialista que los hará irresistibles a los desesperados cubanos y muy superiores a los especuladores europeos que se afilan los dientes con Cuba. El pueblo de Cuba recibirá esta apertura con los brazos abiertos; en el estado en que se encuentran cualquier alivio es un manantial. Para el tiempo de cambio, después de la desaparición de Fidel, la presencia de Estados Unidos será imprescindible en la isla y podrán posesionarse de ésta a través de una inevitable dependencia económica, sin tener necesidad de mediadores ni de gastar un centavo en inversiones que encaminen hacia un control político. Los agentes de esta política son los desesperados familiares de los cubanos que viajan cargados de ropas, artículos y llevando los ahorros que han podido acumular en los Estados Unidos. Son ellos, con sus buenas intenciones y su humanidad, los mejores representantes del “sueño americano” y todas sus mercancías.
Politicamente esta es toda una victoria para Castro, para lograrla ha activado eficazmente a sus agentes en Washington, donde después de la muerte de Jorge Mas Canosa, se ha realizado un intenso cabildeo en el congreso con el apoyo de la Casa Blanca, congresistas admiradores de Castro y un grupo de inversionistas norteamericanos que sirven de instrumentos políticos a través de sus ambiciones. Los congresistas cubano-americanos y sus aliados mantienen una fuerte posición, pero no han podido contra la voluntad del presidente.
Después de toda esta serie de cálculos, maquinaciones y catálogo de intrigas ¿dónde queda José Martí, los presos políticos y todo gesto de heroismo y sacrificio por el ideal de la libertad? Quedan engavetados para las frases que enardecen a las masas hambrientas de justicia, queda para los discursos en el Orange Bawl donde se repite a través de los años con ese peculiar acento norteamericano la frase “Liberrtá parrra Qüiba”, para después reirse de los cubanos con la más despreciable frivolidad, quedan para mención en actos políticos donde después de las arengas los salones vacíos retumban en las sombras.
Los que amamos a Cuba también quedamos a un lado de todo este plan político, porque nuestros ideales no son compatibles con el pragmatismo. Porque le aguamos la fiesta a los mercaderes que llevan el alma como una caja fuerte. Porque nuestro amor por la patria es incomprendido y fácil de olvidar para la mayoría, como se han olvidado de los cuatro pilotos de Hermanos al Rescate y de los miles de jóvenes fusilados y asesinados por la dictadura. Porque hablamos de amor por la patria, de independencia, de sentimientos que vivimos, no de frases huecas en el momento oportuno. Porque somos un estorbo para este tipo de política que no tiene uso para nosotros ni nosotros para ella.
Todo esto tomará su curso. Los que hacen dinero de estas gestiónes y estos viajes se frotan las manos. Los comunistas se apuntan una victoria política, porque este es el comienzo del levantamiento total del embargo. Ojalá que el pueblo de Cuba tenga mejores alimentos, mejores medicinas. A nosotros nos queda un sentido de misión que es indestructible. Una satisfacción de haber aportado de alguna forma, algunos con un grano de arena, otros con muchos años de privación de libertad e innumerables sacrificios. Sobre las leyes, los oportunistas y los especuladores está nuestro ideal, que viene a ser algo similar a la fe: hay que tener el corazón para vivirla. Y siempre queda la esperanza que un movimiento puro y bien intencionado salve a nuestro país no sólo de la situación actual, sino de las que lo acechan en el futuro.
Publicado en La Voz, 26 de marzo de 1998