Intimo distante
Intimo distante
I
Los ojos arenados en verde distribuyen el espacio.
Con cuarzo virgen buscan las puertas su esencial estatura.
Una porción estrategia le sugiere escapar
hacia algún pulmón libre de contrastes académicos.
Los días se le antojan familia,
largos teléfonos absorben las canciones,
albunes perplejos y labios entreabiertos.
Todo lo demás es hierba y alba y gotas por caer.
Figura el talle un resplandor
en sacrificio al amor y a la niñez.
Más allá de alguna que otra noche
rueda la falsedad color satín.
¿Cuánto más no enmascaró su astro Realidad?
¿Cómo negarse a creer?
El abrupto despertar golpea, pero se sobrevive
en la agilidad de los encuentros.
“Soy de aqui” miente.
Un bagaje de palmas pobla
mitad mitad noche.
“Aquí nací, aquí mismo”, su rostro abierto en la página inédita,
espacio de bajas temperaturas;
sitio de estallido e intensidad.
La corriente de las perfectas alfombras enrojece su búsqueda.
Se afilan las pausas,
espía en retroceso, busca.
Ni seguridad ni nortes ni puntos de partida:
camino abierto al movimiento.
Dulce es todo huracán cuando la inmovilidad es más larga que la espera.
Otra vez la misma habitación,
las cortinas expandiendo la inquietud.
Leopardo o gacela es soledad y todo visitante.
Por mucho que se esparza en salones o aguaceros
se repite incomprendida,
hundida en el saxofón de gestión indiferente.
Sólo yo comprendo el espesor caribeño de sus cejas.
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II
La situación tristeza purpuréa sus derrotas,
pero tu rostro es un campo de luces salvajes.
Tajante desfila la noche la conspiración de mis años.
Mirad, el amor es una debilidad profunda.
“Derramo mi vida en páginas largas”, aclara la joven de cabellos perezosos
Ahora no define lugar ni nacimiento: Ser es suficiente.
Frente a sus gestos se evaporan los números.
Cuando la presencia del mar abre los ojos
el trópico es el mismo sin medir distancias.
(Oh, trasnochadas palabras hoy,
venganza de poetas de taller. ¿Se podrá escribir “gélido”?
¿O quizá “antílope enciclopédico hija de la güayaba?”-
¿Seré poéticamente correcto?)
¿Cómo entonces crear abtractos para decir “ojos velados” o
“trin de soledad en llamas”?
Un gesto meridional mueve tu risa, un disparo azul de la palabra.
Ah, si sólo vieras mi perfecta irrealidad, este intento de armonizar el arrecife.
3 13 00
III
La visión del poeta
Ella una flor cerrada ardiendo entre las voces.
El con su saco de vacíos
y labios cansados de vestir los cálculos.
Se abrazan distantes mundos adentro,
y comienzan a erguirse las hojas. Voces familiares se pierden,
todo lo cercano es extraño y se ama la pregunta.
Un ligero desatino de llamadas molesta.
Piensan en las calles, piensan
en el hermoso delito de lo que se presiente y se teme,
Como aire abierto que esconde las tinieblas,
la letra se hace creyente a través de tus ojos.
La mujer que agujenea versos en la extensión de la madrugada
reconoce la humeda voz
de antes y después.
El puede ver a través de las paredes de granito
y decapitar a versos estructuras invernales .
Ella sabe que el fuego
es una circunferencia lenta que emancipa los sentidos.
No tiemblan, bautizan la distancia de los primeros colores.
3 15 00
IV
Oh niña entre las rosas, oh presión de palomas.
Pablo Neruda
Entras en la noche con alas de suicidio.
Labios de pólvora chorrean mi estación inmediata.
Labios que se aplican al gesto integral,
a la capacidad de ser tenazas derritiéndose en el pétalo.
Entra la noche con voz
y ojos verdeándome la muerte.
Tus manos necesitan detéctives precisos.
Hay frío y ecos hechos cenizas
y hojas descuartizadas protegiendo
tus giros de gacela.
La muerte es ágil y tú eres más fuerte.
Tus labios aspiran a desangrar mi habitación exasperada.
Oh niña entre las rosas, oh presión de palomas.
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V
No es la extensión del polvo de mi sangre
ni la huella que tizna los escalones de la próxima página.
No son tus blancos gestos
ni el manatial de abejas en tu boca.
No es el ímpetu ni la inteligencia.
No es el sabor a grito anticipado
cuando tu rostro entrelaza las paredes.
Ni siquiera tu aparente fragilidad.
Ni tu paz que es en sí un triunfo.
No son tus manos entrecortadas
en el ingenuo perfume de la juventud.
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VI
Esta noche se desfigura el aire.
Los colores de los letreros
revelan la auptópsia de las calles.
Durante la semana te alzaste como el nacimiento de una república.
El día envejeció entre papeles.
Todos los lunes de mi vida se reunieron a esperarte.
Tu rostro ofrecía la única posibilidad
de darle sentido a las encanecidas venas
de mi sistema despoblado.
Esta noche eres el eje de las aristas,
de mis constelaciones perdidas.
Con un gesto podrías haber rescatado a los duendes moribundos,
enchuflar las estrellas,
resucitar los latidos que yacen
en mis hondos almacenes pintados del óctavo día,
y a estos escombros
sin límite ni fecha.
3-20
VII
La muchacha de blanquísimas manos revisó sus cuartos internos,
a través de las cortinas un peso imantado en gris
interrumpía sus veinticinco años. Un tornado lento de preguntas
la hacía medir las horas como quien aguarda delicadamente una amenaza.
Y se hundió en cristalinos modales solitarios.
Se percató de que su pelo buscaba un color intencional,
bojando la madurez.
Llegó a sentir que la llamaban a un número que había vacilado en deslizar
conscientemente.
Feliz coincidencia, esa estación que la seducía
a doblar sus ojos cargados de astros impacientes.
Recorrió la semana con una inquietud que reconocía,
había esperado otras veces esa voz que inventó en sus poemas,
pero este martes una rosa fosforeaba sus sentidos.
Contemplando las luces de los semáforos
su mirada rodó por el ruido azul de tristes boulevares.
Entendía a través del libro de la vida
aquel temor del millón de nubes en sus labios.
Jamás la audacia fue una palabra necesaria
hasta intuir que esta vez un lunes podría levantarla de ese espacio calculado.
Hoy se sentía asaltada en su sistema inconsecuente.
Aún el vacío perpetuaba su monotonía
y pensó
cruzar el puente de la noche,
que abrigaba un conjunto de naipes felices.
(Aquellos días cuando los lápsos crean una perfecta cadena
fueron divididos.
El miércoles, por ejemplo, fue un signo de interrogación
que la acosó hasta cerrar los ojos.
Se había establecido lo intemporal de escudriñar el almanaque,
de arañar el despreocupado espejo de la juventud.)
Un perfil que atravesaba las paredes de su jornada,
llegó a incomodarle.
No alcanzaba a comprender los fuegos de nácar
que en el corazón establecen un pasaporte independiente
de reglas y edades,
donde la primavera no ofrece garantías.
Para asegurarse que era la misma repartió su conocimiento,
dejó fluir su caricia en un refugio de niños.
Escribió un poema que exhalaba cenizas
y canciones que juraban liberarla de su incertidumbre.
Repartió soleada su sonrisa en fuegos artificiales.
En vano, todo en vano.
Su situación lunes es una mirada definitiva.
Una serie de gestos y una voz que insiste conquistar su lejana intimidad,
sus playas de niña desolada
y todas las horas perdidas en el mar que proviene de su rostro.
4-5
VIII
Vencida ante la huída, azotada por una posesión distante
se mira en el espejo de otras voces y vacilan sus pasos.
El ángel abierto de su rostro me golpea.
Sus labios proponen un laberinto de húmedos sonidos .
“Sí, lo sé, la historia del corazón debe ser un amanecer dormido”, responde
al cuño de la tradición, que bebe siglos del vino de la conveniencia.
Todo razonamiento es ahora oscuridad,
pero el miedo puede más que la vida.
Se miden los años, las horas, los papeles
y ese anillo que mantiene un muro en su pecho.
Los consejos de una madre arrastran un brumoso latido.
Se exila en labios que ha aprendido a cumplir.
Repite el verbo amar
y entre sus sentimientos y la garantía de un futuro a prueba de ecuaciones,
siente un candado que enlaza las noches con palabras
que sólo el corazón sabrá reconocer.
Una montaña de razonamientos se infla en las bolas de cristal,
en las mesas de los más cercanos,
quienes a gritos siempre conocen el mejor camino,
aún cuando sus vidas sean un volcán apagado a preguntas.
Intentan reconocer el olor de la madera recién cortada,
repiten fábulas con desenlaces dramáticos.
Cuando sus mejillas anhelan ser cortadas limpiamente
por un pétalo de espadas como besos.
Cuando en sus repetidas habitaciones
hacen de la vida un diálogo para mantener sueros nocturnos.
Cuando, con la mejor intención,
sombrean la potencia de lo que buscan y jamás encontrarán.
4 19
IX
Ella viaja con un pájaro de palabras entumido.
Ríe para acortinar las noches arrasándole su fragil seguridad.
Sabe que la razón es enemiga de mi piel centinela.
Sabe que el amor es un país por explorar,
pero lucha
porque la certidumbre es un poder sentado
en las largas sillas de los que se conforman.
X
Si mis palabras pudieran
como balas de rosa penetrarte el corazón,
desflorar la más profunda arteria.
Si mis palabras pudieran te arrasarían el sueño,
cada detalle, cada gesto.
Y la imposición del día con sus señas y recuerdos.
También las voces que a través de los trenes
te acechan para dejar su huella.
Mi palabra es un río cargado de batallas,
saturado de ruidos de aeropuertos y exilios.
La luz prendida en tu rostro
navega suavemente en el río de mi voz.
Si pudieran mis palabras
dejarte perpleja con los labios perdidos,
con tu corazón en mi país y en mi esfera.
Toda mi vida es un gran río
que desemboca y crece en tus blancas latitudes.
Mis palabras llevan una lluvia que ama el terreno
donde la multitud no llega.
Y buscan saciarse en la primavera y habitar tu aliento
hasta el fin de las estaciones.
Tu sonrisa en el vuelo de todas las palomas.
Tu paz es como un gran río
que en mis palabras anochece.
Como una luz inmensa se hunde tu mirada
en el río de mis palabras,
y es toda agua y toda vida,
y se aleja, se aleja
como la muerte de un jardín al caer la tarde.
Como un resplandor necesario que derriba mis pupilas,
dejándome siempre naufragando en la existencia.
Elizabeth, 5 3 00