Otra vez La Habana

Otra Vez La Habana

Por Rafael Román Martel

Llevó 32 años fuera de Cuba. Fui a la Habana unas cinco veces, en mi niñez apuntalada por las palabras de mi padre ante el derrumbe socialista con todo su arrastre de miseria. “Esto es una porquería”, me decía, “algún día estarás en un lugar donde se puede hablar sin miedo, donde hay un futuro”. Sabias palabras. Tienen el peso de 42 años de calamidades en una isla cuyos habitantes deliran entre el fidelismo y el mar, siempre el mar en los ojos como una esperanza en la que se han materializado o perdido los sueños y las vidas de miles de cubanos. La he visto en decenas de documentales. He podido adivinar su olor y su magia a través de la literatura de Reinaldo Arenas y Miguel Correa. Avido de noticias por años le preguntaba a cualquier cubano recién llegado: ¿Cómo está La Habana?

Es por medio de periodistas como José Antonio Fornaris, Juan Carlos Linares y Manuel David Orrio que he conocido a la vieja capital. Al mismo tiempo ciudad sitiada, anhelante de libertad, consecuente con su magia, cargada de historia, de seres luminosos entre la gigantesca sombra policíaca, de escritores como Fornaris, Linares y otros que diariamente nos relatan la realidad de Cuba por Cubanet.org, agencia de prensa independiente cubana. Cubanos en el exilio interno de la tradición de los pensadores libres. Gente testimonio de la victoria de la verdad sobre el miedo.

Disentir en Cuba es difícil. Expresar desacuerdo con la oficialidad para que el mundo lo sepa es tarea olímpica, tarea de riesgos.

Sin embargo ahí están. Hablan de la persecusión y el atropello. Denuncian la injusticia. Informan estríctamente basados en los hechos. Se hacen voz de la angustia colectiva, expresan el deseo de una vertiente real de la nixoniana “mayoría silente.” También le cantan al cubano que vende sus poemas por la cafeterías de la Habana. Dibujan el mapa de la capital en el salitre que golpea el malecón, en el cansancio del cubano que espera, o el que lucha cansado, o ese cuyo único recurso es el espejo del horizonte. Nos llevan por San Rafael o El Paseo del Padro de manos del perfecto ojo de la palabra.

Sus denuncias de privaciones de libre expresión se pueden verificar en documentos gráficos como “Dreaming a New Cuba”, documental realizado, quizá con cierto dolor, por el izquierdísimo New York Times y visto por millones de norteamericanos el mes pasado en la cadena mundial Showtime. El joven que no se puede expresar frente a su casa sin ser molestado por el sinceramente hipócrita fidelista. La joven de 17 años que jinetea para poder ayudar a su familia, porque en una noche gana más que en cualquier otro empleo que pueda desempeñar en Cuba. El joven rockero que sueña con salir de la “pesadilla caribeña”, como la describiera el poeta Noel Jardines. “I’m not afraid”, dice Francis, pero sus pupilas delatan que la frase es una antítesis a su realidad. “No expreso mi desacuerdo con el gobierno en público para evitar problemas. Mis tres palabras favoritas son Amor, Esperanza y Paz. Esperanza es lo que tengo, Amor es lo que siento y Paz lo que deseo”, y mira hacia la calle donde ruedan las bicicletas en el movimiento circular de una novela. donde la paz es el tema recurrente, que apenas comienza y reaparece al final sin jamás cumplirse.

Son las mismas historias de hace 20 y 30 años. En Cuba la historia no se repite, ha quedado suspendida en el péndulo de la imaginación surrealista. La Habana está cansada. Los podridos edificios, las interminables colas, la falta de todo. La delirante Habana parece desembocar en un desfile de seres perseguidos que a su vez persiguen el símbolo del “enemigo de la humanidad” : el dólar.

Hace 30 años ¡Los Diez Millones Van! Hace 20 ¡Qué se Vayan! Hace 8 se fueron otra vez. Ayer Elian y hoy el mosquito del dengue.

Que no se puede pero “patria o muerte”, que no se puede pero “socialismo o muerte”, que no se puede porque los yankis tienen la culpa con la dichosa ley de no sé qué cosa y cubano y siempre el ajuste de la represión. Hay que luchar contra la ley, hay que luchar contra el invasor, hay que luchar contra el mosquito. La epopeya de la revolución y la epidemia, siempre la epidemia.

“La Habana es sin dudas la ciudad más bella del mundo”, me dice mi buen amigo Roger Suárez, quien regresó de un viaje de reencuentro mágico con la isla después de treinta años de ausencia. Es también una de las más tristes, digo. La isla se sienta entre nosotros y la muerte. A veces la quiero tocar, sentir el salitre que golpeaba mi niñez en aquellas tardes de Cárdenas, a veces como dice el compañero trovador: “me urge.” Pero más allá del deseo, mucho más amplio se extiende el dolor de todo un pueblo, que es el mío, que arrastro como parte de todos los que aman a su tierra, a sus conciudadanos. Más allá del regreso está el regreso digno, que es algo muy personal y demasiado auténtico para desperdiciarlo en ese deseo de volver que arrasa con la mayoría de los cubanos.

Mientras tanto leo a los periodistas independientes, comparto, hasta la extensión que puedo, su sosiego, su angustia, su esperanza, que laten a ritmos similares,a pesar de las aristas y del tiempo. Mientras tanto veo a mi generación perdida en el Caribe, devorada por ese hombre o por esta cultura materialista y dominante, donde al menos se puede gritar. Cada año que pasa me veo más cerca de Cuba, después entiendo que es otra esperanza necesaria que me pasa por arriba. Pero entre los años de exilio y los otros perdidos algo queda en claro: deseo volver a una Cuba donde pueda abrazar a José Antonio Fornaris y decirle “¡Somos Libres!” en plena calle, sin miedo. Deseo regresar a un país donde predomine la voluntad general, no el terror. Deseo regresar con cierto grado de dignidad en mis convicciones democráticas. Por lo largo y por lo pronto soy uno de los pocos disidentes de este exilio, que disparado sale para Cuba repleto de artefactos y cartuchos de dólares a abrazar a sus familiares entre la inconfundible paranoia de la represión.

Rafael Román Martel, escritor cubano que reside en New Jersey. Ha publicado Barlow Avenue y Cuando se Acaban los Pueblos. Es editor de El Political Reporter.

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