“Palabras en la huella” a mi padre José Martel

Palabras en la huella

A José Martel

Si te buscara impaciente en las líneas de la soledad
que ha marcado tu pelo,
las líneas en la frente
y blanco,
un gesto contra la lluvia.
Ha llovido sobre tus brazos
y en la mitad de la búsqueda
nos fue creciendo la sangre,
salió hirviendo de tu pecho,
se fundió y tomó la forma de tus pasos.
Si te buscara en escaleras, peldaños,
tendría que alzar tantas huellas, tanta humildad,
que oteándome satisfecho
bajarías para andar juntos.
Y sin el premio o la palabra,
sin niñez o sin tierra,
continuamos estrechamente firmes,
alimentándonos.
Si buscara la forma tricolor de la metáfora
emergerías del agua,
con tu pelo blanco y hombre
caminando con la espalda erguida.
Yo, con los ojos recogiendo las líneas en tu frente
acabaría por comprender
que algo más
que la palabra
se inclina siempre a tu favor.

De “Cuando se acana los pueblos (1992) @Copyright Rafael Román Martel

Mi padre y yo en Strawberry Fields, Central Park al principio del verano del 2009, un año antes que falleciera súbitamente el 16 de julio del 2010. Le encantaba que lo llevase a Nueva York con su nieta Frances y conmigo, ciudad que amaba con sincera deferencia. Admiraba profundamente la majestuosa arquitectura de la ciudad y observaba con mucha curiosidad los detalles de los edificios, el Parque Central, y los Brownstones que hacen de esta capital del mundo un sitio incomparable. Muchas veces fuimos con él muy temprano en la mañana los domingos y siempre les estaremos agradecidos a Dios por Su Inmensa Misericordia de prestárnoslo por tantos años. Estaremos agradecidos por su contagiosa risa, por su duro y noble sentido del humor, por su comportamiento de ciudadano universal, amigo del trabajo, no importa donde ni cuando estuviera frente a éste. Duro como el roble, el viejo fue moldeándose al orgullo de su nieta, que sólo le daba besos, abrazos y alegrías en sus conquistas académicas. En sus últimos años también se sintió certeramente protegido por mi. Mi padre era mi sangre. No existía protección mayor que la de un hijo agradecido y dispuesto a darlo todo por su bienestar. Había alcanzado un escaso tercer grado. Su hijo se graduaría de un Masters y su nieta de un doctorado. A mi esposa Idania la quiso com a una hija predilecta hasta el punto que mi madre le decía: “Martel le vas a gastar el nombre”, porque Idania de similar carácter de Papa. Decía las verdades en un santiamén, mientras mi madre solía ser más diplomática pero no menos fuerte.

Fue mi padre el que me enseñó como no enfrentar las trampas de la calle.

Varias veces llamaron a mi padre a la escuela porque yo me fajaba a trompones con los que me molestaban. Me rompían los espejuelos pero yo peleaba y muchas peleas a base de una lluvia de piñazos limpios y certeros en los rostros de mis adversarios, los cuales me rompían los espejuelos pero yo casi siempre les rompía las narices o les cerraba un ojo de un trompón.

Los primeros años de mi vida en Cuba fueron años de violencia. Por ejemplo, en las escuela cardenense llamada “Frank País”, al final final de Saenz (entre Cristina y Minerva) me negaban el almuerzo los esbirros de Castro por el mero hecho de que mis padres habían declarado irse del país. Muchas veces cuando llegaba mi turno a servirme el almuerzo los cocineros me decían “Ya se acabó”. Yo desconcertado y hambriento le quitaba a la fuerza a mis “compañeros de clase” sus raciones, lo cual iniciaba una pelea general. Lo mismo sucedió cuando éstos me querían quitar la escasa ración que nos daba la “revolución de justicia cubana” que lidereaba Fidel Castro. Esta es parte de la amarga realidad del castrismo comunista en Cuba. ¿Cuántos más no pasaron por similares humillaciones y miserias?

Mi padre fue piedra firme en que se apoyó mi niñez. Siempre me decía: ” Esto es una mierda, aguanta que te llevaremos a un país de libertad, donde no tendrás que fajarte por un plato de comida y hay Chiclets de todos los sabores”.

Jamás me mintió. Lo primero que hizo cuando llegamos a España fue llevarme a una confetería en los bajos de La Gran Vía # 33 y me compró una caja de Chiclets. Y es que en la Cuba de los 60 había una obsesión de çhiclets porque no se encontraban en ninguna parte.

Nunca olvidaré aquel gesto de mi padre. Me ratificaba que los comunistas, enemigos de la humanidad, le negaban a los niños hasta los Chiclets, mucho menos el derecho a vivir a los que consideraban “enemigos del Partido”, a los cuales encarcelaban o asesinaban sin ningún reparo.

La violentas experiencias de mi niñez me arrastraron a España y más tarde a Estados Unidos, donde rompí la nariz y buena parte de su boca a un ingenuo y agresivo norteamericano en óctavo gado cuando destruyó una imagen al relieve que había preparado para regalarge a mi madre en su día.

Mi padre me prevenía de mis instintos aventureros y hasta cierto punto bronqueros con que conducía mis años juveniles. Jamás, sin embargo le falté al respeto.

Sólo Dios abe el inmenso vacío que dejó su partida y se siente mucho más en días como este.

Aquí presento el segundo poema que le dediqué a mi padre. El primero fue “Un pueblo sobre Los Angeles”, en mi primer libro “Barlow Avenue”.

“Algo más que la palabra” se inclina ante ti Papa: tus huellas que me marcaron para siempre, tu mansedumbre, tu incomparable honestidad, la amanera estóica conque sufrías las duras situaciones y tu ejemplo. Hoy extraño hasta tus majaderías y te requiero hasta que nos volvamos a encontrar sin que nada nos separe para siempre. Gracias por el ejemplo tan bello y el legado que me dejaste.

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