Rafael Olivera
Homenaje a Rafael Olivera
1915-2002
Es 18 de marzo, hoy falleció en la ciudad de Miami, Rafael Olivera. Con la dignidad que vivió hasta su último momento fue despedido por sus familiares y amigos. Me vio nacer y me bautizó. Lo quiero como a mi propio padre, porque a través de su vida asi se comportó conmigo.
Con él se va parte de la historia del exilio cubano, de una generación excepcional, de ese exilio del que no se escribe y que con empuje y una absoluta resolución por construir su propio destino, edificó los cimientos de los políticos, comerciantes y profesionales cubano-américanos, haciendo posible el éxito del que hoy gozan en este país.
En la cálida noche miamiense, entre el continuó pésame de muchas personas, camino de un lado a otro, tratando de atrapar en mi mente un resumen de su vida, de nuestra vida familiar en sus momentos más felices, en los difíciles, en las navidades que compartimos a través de los años, en la mesa que se fue extendiendo en el alma de nuestra familia con ese incomparable toque de luz. Asi llegué hasta donde se multiplican las imágenes, que más que imborrables, son nosotros mismos, y entendí que cuando se va un ser tan querido y cercano sólo, perdemos su presencia física; hombres como padrino nos marcan de esplendor para siempre.
Múltiples fueron sus virtudes. A muchos tocó con su mano siempre precisa en el momento de la desesperación y la ayuda. Recuerdo despedirme de él en el año 1966, cuando Rafael, su esposa Nora y su hija Maritza, decidieron salir de Cuba ante la asfixiante represión que hasta hoy impera en nuestro país. Por aquellos años las despedidas de las familias cubanas se podrían comparar con un funeral, porque no había entonces la más remota posibilidad de regresar. Corrían años de efervescente enajenación revolucionaria y para aquellos que decidieron salir del país no existían las consideraciones que hoy gozan los que se van y regresan a los seis meses cargados de cachivaches y dólares.
Quizá jamás imaginó padrino que desde ese momento se iniciava para ellos otra etapa de una misión que los ha destacado a través de la vida: ayudar a los demás.
Instalados en Union City inmediatamente se integraron al trabajo. Fefé-como todos apodamos cariñosamente a padrino-sacó su licencia de conductor de autobuses, y trabajó por más de 20 años en las rutas locales y las del área triestatal, acumulando todo el over time que cayera en sus manos. Los sábados daba viajes charter, a diferentes localidades de New Jersey, New York y Pennsylvania. Los domingos temprano en la mañana, Nora y Fefé iban al Bajo Manhattan, donde en la calle Delancey y otras adyacentes, compraban ropas al por mayor, trabándose en el difícil arte del regateo con comerciantes judíos, establecidos en esas calles desde principio de siglo. Después del largo día de trabajo, vendían los artículos, haciéndole la competencia a los comercios norteamericanos de Union City. Los cubanos eventualmente alterarían el comercio en esta ciudad, influyendo decisívamente hasta hoy el orden de las cosas y estableciéndose como una comunidad laboriosa y productiva, siendo, después de Miami, la segunda capital del exilio cubano post-castrista.
Ante el trabajo, las consideraciones de las bajísimas temperaturas, la imponente nieve, la inclemencia de los que los veían como emigrantes en aquellos quehaceres de comerciantes improvisados sin dominar el idioma, eran minucias. Fefé y Nora son esos cubanos que abrieron el camino a los que todavía les siguen, paradigma de triunfo contra la adversidad que enfrentaron los que entendieron que la libertad valía el sacrificio de dejar hogar y familia. Los que marcaron la pauta del exilio cubano trabajador e íntegro que vino a estas frías tierras a labrarse un camino, a construir horizontes para su hijos-e inadvertidamente para miles de hispanos-, a dar testimonio de que a base de duro trabajo y decencia en este país todos tenemos una oportunidad de superarnos. Una de las mayores manifestaciones de la virtud de Olivera fue el trabajo, cuya fuerza era alimentada por su insoslayable compromiso de amor y dedicación por la familia.
El fenómeno de la imigración cubana comenzaba por entonces a transformar a Union City. Los domingos por las tardes Fefé, junto a su inseparable compañera, y un grupo de cubanos, se dedicaba a arreglar apartamentos para familias cubanas que estaban a punto de arribar. Empapelaban paredes, ponían pisos, buscaban muebles, compraban efectos eléctricos. Pronto su apartamento en Summit Avenue se convirtió en refugio temporal para familias que, eventualmente, fueron acomodadas en los suyos propios, después que se les encontraba trabajo y se les prestaba ayuda económica. Ellos, como otros cubanos de aquella época, se dedicaban a estos menesteres con júbilo y de manera totalmente desinteresada. Existía en esta pequeña ciudad una contagiosa atmósfera de compañerismo y solidaridad. Incosncientemente, aquella generación de emigrantes cubanos le daban un verdadero sentido al término “compañero”, palabra que detestaban por ser hipócritamente abusada por la dictadura comunista y que, sin embargo, ellos dieron vida con absoluta autenticidad. Hubo casos en los que se hicieron cargo de alguna que otra hija o hijo de un refugiado por un corto tiempo, hasta que sus padres arribaran a este país. Yo fui uno de esos que no sólo paró en casa de Nora y Fefe hasta que mis padres llegaron a Union City, sino que pude, junto a mis padres, subsistir en España hasta nuestra llegada a este país, gracias a la ayuda económica de Fefe y Nora.
Jamás olvidaré esto. Otros olvidaron. Una vez enfrascados en sus nuevas vidas, prefirieron olvidar aquella mano amiga que había facilitado el camino que los había llevado a la relatividad del éxito materialista. Jamás de Rafael y Nora Olivera he escuchado una frase que hiciera referencia al mal agradecimiento, esa abundante y nauseabunda infección humana. Mis reparaciones sobre este asunto siempre han caído en el oído vacío de mi familia: hacen el bien y siguen su camino. Algo de esto nos trasmitieron a mi madrina y a mi, pero confieso que no llego a alcanzar su inmensa capacidad humana, ni la humilde dignidad que los levanta por encima de títulos, envidias, reconocimientos y de tanta gente ingrata, dejando en un pozo inmundo a los que después de haber sido tratados como familia por ellos, decidieron tomar el camino del olvido. Sí, Fefe y Nora Olivera son gente especial, única.
Jamás vi a mi padrino dirigirse a nadie con una frase ofensiva, con un reproche, ni quejarse por el tiempo ni el trabajo ni por las mil razones por las cuales tenía toda justificación de hacerlo. No se trataba de un proceso de ajuste ni de resignación. El trabajo, la familia y el hacerle el bien a los demás era su condición natural.
Me paro frente a su cuerpo. Salgo chocando con el etéreo viento de marzo y las luces de la calle 40. De pronto lo veo recibiéndome en aeropuertos, bromeando conmigo en mi niñez, llevándome a convenciones políticas o en la logia Caballero de la Luz de Cárdenas, de la cual fue miembro por muchos años y a donde me llevó cuando era niño. De pronto viene y me pregunta “¿ya desayunaste? ¿ya comiste? ¿quién te va a llevar al aeropuerto? ¡abrígate! ¿tienes dinero? ¿qué pasó Rafo?” Sé que a unos pasos se tiende su cuerpo inerte, pero eso es parte de una realidad inmediata, de un efímero golpe de la vida. Padrino jamás morirá, jamás estará lejos de mi como no lo estuvo nunca, ni cuando nos separamos desde que salió de Cuba, hasta estos años que vivió en Miami. La realidad es que siempre viajará conmigo.
Su genio apacible lo hacía el blanco de las bromas de la familia. Tenía la peculiar habilidad de perderse en los Malls. Después de buscarlo por los rincones de los inmensos centros comerciales, ante la furia de mi tía, decía con quejosa inocencia “pero si yo estaba aqui.” No obstante, asomboso era su sentido de dirección, encontraba las más recónditas calles de Manhattan en tiempos en que la mayoría del exilio radicado en New Jersey se refería a la gran ciudad con temor y evitaba por todos los medios transitar por sus calles. Por aquellos años nacían las transmisiones de la televisión hispana, todas las noches el rústico noticiero del canal 47 reportaba sobre el catálogo de crímenes que ocurrían en los barrios newyorkinos. Tenía Rafael una especie de instinto para encontrar los pueblos más furtivos del estado de New Jersey. Recuerdo su facilidad para la matématica, su voluntad, su mansedumbre. Desde los primeros recuerdos que tengo de él, lo veo en su corto tiempo libre resolviendo crucigramas, los cuales no dejaba hasta llenarlos, tarea en la que era experto. Si refunfuñaba provocado por alguna broma familiar, en segundos padrino volvía a lo que estuviese haciendo como si nada hubiese sucedido. Su pasión era el baseball y ahí las cosas eran mas serias. Muchas fueron las veces que lo vi enfrascado con las decisiones de los managers de los Mets, su equipo favorito desde que llegó a este país.
Las Navidades jamás serán las mismas sin él. Y es que somos egoistas. Gracias a Dios por toda la alegría y el amor con que Fefé regó nuestros días de reunión familiar. Gracias a Dios por moldear nuestra familia, por darnos el ejemplo de que para vivir y morir hasta el último momento es preciso ser dignos.
Entran y salen a decirle adios. Me acerco, “Viejo, hoy hay una fiesta allá arriba”, le digo. Observo a mi familia y entiendo que el amor que nos une, el decoro con que manifestamos nuestro dolor es más que un homenaje a su conducta, es una extensión de padrino en nosotros.
En los años que radicó en Miami continuó regando sus semillas cristianas, cuyos frutos se unieron a manera de homenaje en los hermanos de la iglesia St. Louis, de la cual era uno de sus más queridos miembros, hecho evidente en la sentida misa que le ofrecieron.
Su hija, Maritza Lyngved, resumió nuestro pesar dirigiéndose a los que estábamos presentes en la misa: “No lloro por él, sé donde está mi padre. Lloro por mi, porque somos egoistas, porque siempre lo quiero tener conmigo.” Entonces comprendemos esa parte humana que racionaliza nuestra fe, aún sabiendo que descansa en manos de Cristo, deseamos tenerlo siempre entre nosotros. Y cuando examinamos el impacto de su presencia en la familia, entendemos que su hermosa actitud ante la vida, su amor por todos, su inquebrantable espíritu, se manifiestan en nuestro proceder diario. Si es cierto que su cuerpo no está presente, padrino estará con nosotros para siempre.
3/21/02
Rafael Román Martel. escritor cubano radicado en New Jersey. ha publicado Barlow Avenue y Cuando se Acaban los Pueblos. Es editor de El political Reporter.
[…] y su esposo Rafael Olivera (Fefé) estuvieron siempre en el centro del corazón de mi madre. Hasta en sus últimos días […]
Francisca Rodríguez Hernández (1927-2013)-Francisca Martel-A mi madre a manera de Homenaje | Rafael Román Martel said this on May 15, 2013 at 4:34 pm |