Una esperanza que no muere

por Rafael Román Martel

El 20 de mayo de 1902 representó el comienzo de un anhelo bañado por la sangre de miles de cubanos que ennoblecieron el significado de la fecha con su más preciado sacrificio. Para los patriotas cubanos que izaron la bandera fue una fecha de alzar los hombros y la mirada, porque la libertad de Cuba se había conquistado con sangre de estirpe mambisa, y por generaciones nos dejaron un legado que ellos elevaron a magnitudes olímpicas. La epopeya de los libertadores nos enseñó a amar con más ternura a nuestra tierra. Hoy, 91 años después, la fecha es conmemorada con un sentido símilar al que sintieron los que combatieron por ésta, cuando nos encontramos en la misma situación que los llevó, desde 1868 y después en 1895, a comenzar la guerra. Nos encontramos en la triste situación de ver a nuestra patria bajo el puño de una dictadura que ha reducido al pueblo cubano a una humillación sin precedentes, en nombre de una ideología foránea y anacrónica.

Pero el significado vive en los cubanos amantes de la libertad como una llama inexorable que crece y se manifiesta como testimonio del alma de un pueblo que, en diáspora, en rejas o amordazado por el terror, no renuncia al derecho ganado con la dignidad y las vidas de tantos. Asi los cubanos, alcanzando notables logros en este país, integrados a una sociedad donde la responsabilidad individual y el esfuerzo nos ha recompensado con un desarrollo económico, social e intelectual que nos señala positivamente entre los grupos de emigrantes que han arribado a esta nación, no ponemos a un lado nuestra responsabilidad patria. Es por esto que en 34 años de exilio no descansamos en el afán de restaurar la legitimidad a la fecha del nacimiento de la república, autenticidad pisoteada por el sistema impuesto hoy en Cuba a base del terror político. Y es que el 20 de mayo vive en nuestra conciencia por aquellos que han entregado sus vidas por la libertad, por los ex-presos políticos que en nombre de ésta atestiguan del valor y la entrega de los cubanos bien nacidos, por los que fuera de Cuba cumplen prisión, precisamente por tratar de liberarla del régimen castrista, por los miles de cubanos que se lanzaron a la calle el 25 de enero de 1992-y en muchas otras ocasiones-para agigantar el fuego hermoso de los que aman a su patria, por los que en cualquier lugar de la tierra aportan una palabra, un gesto, un sacrificio, para expresar que no nos resignamos a doblegar nuestra resolución por ver a nuestra isla libre y ese es nuestro fin común.

Como los cubanos exiliados en 1893, cien años más tarde, caminamos las calles de Nueva York, de Madrid, o de París repatiéndonos entre la existencia diaria y las raíces que-como acertadamente dice el poeta Israel Rodríguez-llevamos por el aire. Es justo en esta fecha reafirmar el patriotismo, alzar la voz por los millones que en Cuba sobreviven la miseria y la opresión, denunciar a los que se han hecho cómplices de la situación que existe en nuestro país, porque esta es la manera más ejemplar de decirle al mundo que el 20 de mayo no es sólo una fecha de desayunos, comidas y festejos, sino un símbolo de nuestra cubanía.

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One Response to “Una esperanza que no muere”

  1. Rafael, no sabes la alegría que me dio encontrar tus palabras en este website! Aunque muchas veces no estemos de acuerdo, siempre te respeto como el magnifico poeta que eres, y ni hablar de la buena persona que siempre has sido!

    Tienes noticias de Israel Rodriguez? Hace como unos 7 años que no se de el. Sigue vivo y escribiendo?

    un fuerte abrazo,
    Alejandro Anreus

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