Crimen y Castigo

Por Rafael Román Martel

Miami, Florida, Marzo 1990

A pesar de estas reflexiones
proseguía su marcha,
sintiendo en forma definitiva
que ya no era tiempo de formularse preguntas

Fedor Dostoievski

Desde niño escuché su nombre en las reuniones que, a manera de justificada paranoia, se celebraban en mi casa por aquellos primeros años de revolución, mis primeros años. Más tarde escuché diferentes versiones de su vida, versiones de carácter acusatorio, otras de más o menos cautelosa alabanza. Siempre un aura de misterio envolvía su imagen. Más de 20 años atrás lo vi por primera vez en televisión, sentí regocijo por su libertad. Todas las vertientes llegaban a una misma conclusión: era un hombre probado en los rigores de la guerra. Se hablaba de él con gravedad pero, en comentarios tanto críticos como favorables, su nombre sacaba a relucir un tono de respeto acentuado por una calidad mítica.

Ahora estaba a unos pasos de él. Era un caluroso domingo, 18 de marzo de 1990, fecha en que los miembros del Movimiento 30 de Noviembre cerraban su primer Congreso en el hotel Dupont Plaza de Miami.

Lo observé desde una prudente distancia. Sentado en una silla alrededor de una mesa circular, su figura se antojaba de una frágil constitución. Su mirada tenía la propiedad del azul en un aplomo profundo, tendida en una fuerza de dignidad y mansedumbre.

Decidí acercarme. Dos de sus acompañantes se levantarón de la mesa y con cierta reserva escudriñan mis movimientos.

– ¿Puedo saludar al comandante?
Se apartan con un gesto de afirmación.

Extiendo la mano. Me presento. Se levanta de la silla. Entonces entendí que su aparente fragilidad física te-nía la intención de una ilusión óptica. En su mirada llevaba las huellas del sufrimiento, de sus largos años de prisión, de las traiciones, de la infrahumanidad sufrida. Pero por encima de todo, transpiraba una inconfundible dignidad humana, la manifestación natural de un espíritu íntegro. En segundos su calidad mítica tomó un aspecto real. Estaba frente a un hombre excepcional, al que todos alli presentes-hombres que habían compartido con él el presidio político, la lucha por la libertad de Cuba y sus ideales- respetaban y admiraban.

-¿Comandante, sería tan amable de tomarse una foto conmigo?
-¿En qué año naciste? -me pregunta
– En el año de la revolución.
Por un instante queda pensativo – Sí cómo no, ¿a dónde está la cá-mara?

Rolando Infante, hermano del Movimiento 30 de noviembre nos tira la foto y me despido. En un instante se habían reunido alrededor nuestro unos hermanos que, evidentemente, habían pensado lo mismo que yo.

Hasta hoy la foto se encontraba perdida en los albunes familiares.

Jamás imaginé que este hombre escribiría uno de los libros más impactantes e influyentes que he leído en mi vida.

Ahora comprendo la magnitud de aquél comandante legendario, cuyo nombre escuchaba desde mi niñez y cuya resonancia histórica me hizo pedirle que se tomara una foto conmigo. Huber Matos es simplemente un héroe. Un ejemplo para todo el que intente graduarse de la difícil carrera de Hombre.

Editorial Tus Quets acaba de dar otro golpe, acaba de publicar otro libro que no se puede soltar. Y a la típica manera de Tus Quets, impecablemente editado.

Desde sus primeras páginas, en las que nos relata su salida de prisión, Matos nos da una perspectiva que ahonda en la humanidad de un hombre que ha vivido como un animal encerrado por 20 vitales años de su vida. Su relato es estremecedor porque llega a esas regiones en que la mayoría de los seres humanos confluyen: la humanidad y la apreciacion por la libertad. Nos relata incidentes que, a primera vista, parecen nimiedades, pero que cobran gran importancia en entender algunas de las facetas que olvida un ser humano, cuando ha pasado por las cárceles comunistas de Fidel Castro. Más importante aún, nos re-vela como, con todas las justificaciones para resistirse a hacerlo, un hombre se incorpora rápidamente al mundo de la normalidad y el civismo, cuando se ha vivido en cavernas dantescas por dos décadas. Algo mucho más fácil de leer que de realizar.

Maestro en la ciudad de Manzanillo, Matos es sacudido, junto a toda Cuba, por el ruín golpe de estado del dictador Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952. Decide hacer algo, poner en práctica sus ideales democráticos, que descansaban en la victoria del partido Ortodóxo en la elecciones, que se celebrarían en en julio de 1952 a través de la isla. Aqui comienza lo que viene a ser la primera parte del libro- y su incorporación a la lucha por la libertad de Cuba- donde, a pesar de concentrarse en los detalles de la guerra, reaparece la luz del día, una y otra vez, por encima del sacrificio de la lucha armada. Dentro de los precisos datos que Matos se ha esforzado en señalar, siempre vemos un rayo de luz, un signo de esperanza donde la abnegación que los revolucionarios ofrecen por la libertad de Cuba está encauzada a cobrar un significado prístino y concreto una vez alcanzada la victoria.

Curiosos pasajes, que solamente pueden ser narrados por un hombre que fue protagonista de aquella mal lograda revolución, nos revelan datos importantes sobre los hermanos Castro, sobre todo Fidel, en quien habitó y se manifestó la intriga, la mentira, la manera autoritaria y déspota desde el principio de la guerra. Los celos y la inseguridad de un Raúl disciplinado en la doctrina comunista, una doctrina que se ajusta armoniosamente con su personalidad y su naturaleza.

También nos lleva con minuciosa precisión por la topografía oriental, donde libró escaramuzas y batallas con su legendaria Columna 9.

El triunfo relatado por uno de sus principales protagonistas nos ofrece la oportunidad de enterarnos de sorprendentes revelaciones. El presidente de la república, Manuel Urrutia, confesándose rehén de los Castro. Un Camilo Cienfuegos que es tratado “como un muchacho” por el Máximo Líder. El temor de Fidel a ser blanco de un atentado mientras entraba a la Habana. Las huelgas que se efectúan en Camagüey por las turbas del pueblo, que muestra su disgusto ante lo que considera una escasez de fusilamientos en esa provincia.

En 1959 el cubano pide sangre, sangre a borbotones. Los juicios sumarísimos y los fusilamientos son la fiesta nacional.

Sólo meses después de la victoria se desenmascara el plan de comunizar a Cuba y llega una noche que lleva 43 años expoliando los derechos de los cubanos.

Esa noche que Huber Matos quiso advertir en su carta de renuncia presentada en 20 de octubre de 1959.

Ese fue su crimen.

Movido por sus convicciones democráticas y por su conciencia civilista, presenta su renuncia sin amenazas, con respeto, poniendo al relieve el mismo comportamiento que había demostrado a lo largo de su vida. Matos sospechaba que esta acción podría originar serias consecuencias. Nadie mejor que él había sido testigo de la conducta de los Castro. Nadie mejor que él había palpado el estado de enajenación en que se encontraba el pueblo cubano, el cual cantaba a la muerte en las calles bajo el lema de ¡Paredón, Paredón, Paredón!

No hubo sedición, ni proyecto de guerra, ni rastro de conspiración. Pero para Fidel una carta de renuncia de un hombre que se había probado superior a él en la guerra y en la paz, significaba una amenaza. Un hombre como Matos tendría muchos a su alrededor en pocos días incitándolo a curvar la entrega castrista. Entonces, como tradicionalmente reocurre en las revoluciones, los compañeros de lucha se convierten en verdugos, a nombre de la revolución que los pueblos adoran a gritos, embadurnándose de bochorno y de sangre.

En una narrativa sin pretenciones, sin necesidad de éstas, Huber Matos nos describe con cronométrica memoria, los detalles de aquel arresto, del proceso de su kafkeano juicio. De la conducta de un Fidel Castro sin calificativos justos a su proceder.

Es interesante ver como al final del juicio, sin argumento ante la verdad, los comunistas apelan a un recurso que había ocurrido en la revolución francesa. Cuando los hombres de Robespierre deciden eliminar a Danton y éste los desbarata en un juicio público, cierran la sala al pueblo para llevar a cabo la justicia dictada por Los Hombres de la Montaña. En el caso Matos, los Castro tenían su propio Fouquier-Vintille: Sergio del Valle.

Descartando la veraz defensa de Matos y su abogado, lo llevan de noche a la sala, cuando sólo el tribunal está presente y lo sentencian a veinte años de prisión.

Ese fue el castigo.

Días antes había sido juzgado por el pueblo según las acusaciones de Castro. Fidel arengaba a las masas a pedir a gritos su fusilamiento. Esbirros nadando en el río de sangre que orgásmicamente sacudía a Cuba pedían la cabeza de Huber Matos en estaciones de radio. Las turbas se lanzaban a la calle a cegar otra vida. Esta vez era la de un hombre que los había liberado de la dictadura.

Eran días en que la novedad se ajustaba a saciar ese matiz morboso del carácter cubano exacerbado en el festín de los fusilamientos, celebrados con peculiar barbarie periodística semanalmente por la revista Bohemia. Fotos de fusilados circulaban en las casas, donde se tomaba café al son de la risotada, la curiosidad y la burla a costa de los que habían sido ametrallados por los pelotones revolucionarios. La crueldad era el código de moda. A esto se sumaban los editoriales de Revolución, con su flamante publicista, Carlos Franqui, repletos de fervor, impulsando a la demoledora máquina de los jacobinos cubanos mientras realzaba la figura de Fidel a magnitudes olímpicas.

Fueron pocos los que, como Pedro Luis Boitel, rechazaron la desproporcionada justicia revolucionaria, que una vez administrada a los esbirros y torturadores batistianos, les cayó encima a los mismos que la habían puesto en marcha.

Eran días en los que algunos de los escritores que ahora no se cansan de lanzar diatribas contra el dictador, se juntaban en palcos especiales de La Cabaña para contemplar algún fusilamiento de turno. Era entonces una forma de demostrar que se era un verdadero revolucionario, de similar manera que hoy apoyan todavía algunos con sus escritos al viejo dictador y a su estación de crímenes. Algunos. como Miguel Angel Quevedo, tuvieron un gesto de remordimiento y se suicidaron. Otros viven hoy en lejanos y solitarios apartamentos de capitales europeas.

Es justo acusar a Fidel Castro del desastre cubano. Pero también es fácil. Descarga sobre un hombre toda una labor que jamás pudo realizar solo. En aquel carnaval de sangre, en aquellos juicios estalinistas participaba la mayoría del pueblo cubano, que de una u otra manera los apoyaba. Matos sabía que el precio de su renuncia podría ser caro, y aunque sus oficiales y soldados reaccionaron con lealtad-dos se suicidaron-estaba solo, increíblemente solo en aquel estado anormal de las cosas. Sólo puedo imaginar la euforia de 1959 cuando observo 43 años después, a millones de cubanos agitar banderas y gritar consignas pro comunistas, a pesar de que esta ideología los ha llevado a la más paupérrima miseria material y humana que jamás se haya visto en nuestra isla.

Una especial venganza desatan contra Matos. La intención es diezmarlo, humillándolo con tratos inhumanos, aislamiento, celdas de castigo, intentos de procesos de abla-ndamiento, golpes, torturas, presiones a miembros de su familia, anulación de visitas por años y el continúo tableteo verbal : ¡De aqui no saldrás vivo! Matos responde con una conducta heroíca frente a los esbirros castristas. Con singular austeridad y estoicismo resiste las golpizas, la falta de atención médica, los insultos y torturas en sus genitales, donde lo punzaron repe-tidamente con una aguja de inyectar.

La resistencia a tanto abuso y vejación, su espíritu indomable frente a las acciones de piltralfas humanas vestidas de oficiales de Seguridad del Estado y el estado de aislamiento en que lo mantienen por su condición de líder, lo coloca en un sitio singular para relatar su experiencia – que si bien es la de los presos políticos cubanos – retiene un aspecto único.

Matos se abstiene del discurso, de la catilinaria, manteniéndose fiel a un detallismo que se puede calificar de disciplina militar aplicada al orden literario. Esto nos mantiene alerta a la cantidad de datos, fechas, acontecimientos, arbitrariedades y anécdotas que le ocurren o llegan a él tanto en la guerra como en la prisión. Matos no nos deja salir de su espacio, donde atrapados vivimos con él su experiencia. Cuando habla de acontecimientos ulteriores que transcurren durante su tiempo en la guerra o en la cárcel, lo hace sin desviarse un ápice de su mensaje autobiográfico. Asi nos hace pasajeros de sus vivencias, por las cuales también vemos el mundo exterior.

Si bien nos deja saber su frustración y su rabia ante lo que cualquier ser humano dudosamente soportaría, su verbo no es odio, su venganza es la verdad; el hecho de que un hombre pueda pasar la prueba de la maldad y el abuso inconcebibles con su dignidad humana muy por encima de una realidad impuesta por el terror.

El golpe que este libro descarga contra Fidel Castro viene a ser de una contra acción que emanó del dictador y sus secuaces, a manera de boomerang explota en el núcleo inmundo del propagador y ejecutor del odio, el destructor de vidas. Es la perfecta ejecución de una emboscada de magnitud internacional, el contra ataque feroz de la razón ante la más dañina intención, que fue creando su propio cerco por más de cuatro décadas.

Lejos del arrepentimiento de Raskólnikof, Fidel cometió este y un millar de crímenes con absoluta ausencia de una conciencia que lo asemeje al personaje del escritor favorito de Matos. El crimen fue en La Habana-como diría Machado, el castigo, en las rejas tropicales del infierno. Tanto crimen-real o irreal- como castigo, rebasan los límites de la lógica, lo que hace palidecer la imaginación de los novelistas ante realidades como las que describe Cómo Llegó la Noche.

Pasajes que rebasan la imaginación se interpolan con el humanismo de hombres como Jorge Valls o Silvino Rodríguez y de otros tantos que no pudieron narrarnos el límite de lo siniestro, dejando sus vidas en las horripilantes catacumbas del régimen comunista cubano.

Encontrarse con la cabeza de una rata en la mísera comida, recibir palizas, maltratos verbales, amenazas de muerte. Ser llevado ante un palo de fusilamiento con la certeza de que serás fusilado para ver como se ríen los esbirros de lo que consideras tus últimos momentos. Ver como tus compañeros se convierten en cadáveres vivientes ante la impotencia de tu situación. Recibir los insultos más degradantes y mal intencionados, sentirte como un animal encerrado con la perenne amenaza de que éste será el último día de tu vida. Ser torturado con una jeringuilla que un verdugo socialista introduce en tus testículos una y otra vez. Ser arrebatado del derecho de ver a tus familiares, ser arrebatado de todo derecho, de todo derecho humano, es parte de lo que Huber Matos y los expresos políticos cubanos sufrieron y sufren en las cárceles castristas.

¿A nombre de quién se cometen estas atrocidades? ¿De Marx y Le-nin? ¿Del Che Guevara al cual hay que emular? ¿Del socialismo? ¿De qué infectado vientre salieron estas hienas? ¿Qué luna maldita los vio nacer?

Ayer era Huber Matos, Israel Abreu, Carlos Calvo, Mario Chanes de Armas y otros miles. Hoy son Léxter Téllez Castro y Carlos Gonzáles Leiva, uno en huelga de hambre hasta que se le respeten sus derechos humanos o hasta la muerte. Otro, ciego, defensor de los derechos humanos, siendo torturado por el mismo régimen que concentró toda su energía en acabar con el comandante Huber Matos y cientos de miles de hombres y mujeres que cometieron el crímen de aspirar a ser libres, o ni siquiera de eso, quizá de escribir una carta de renuncia, por ejemplo.

Si la primera parte del libro es sumamente interesante, la segunda viene a ser un viaje hacia lo desconocido para cualquier ciudadano de un país libre, donde se ejerzan los más elementales derechos humanos.

Interesantes libros van saliendo a la luz desmitificando la imagen de la revolución cubana y del comunismo internacional. Contra Toda Esperanza, de Armando Valladares denunció de manera contundente las atrocidades en las prisiones castristas. Tan impactante como Life and Death in Shanghai, de Nien Cheng, tan comprometido con la verdad como el voluminoso trabajo The Black Book of Communism o The Killing Fields, Cómo Llegó la Noche es un testimonio irrefutable que se alza sobre todo intento de justificar el extremismo totalitario en nombre del socialismo.

Todo esto y más, narrado con limpieza en el lenguaje y una autenticidad que traspasa páginas y dudas, sufrió el comandante Huber Matos por el delito de redactar una carta, en la cual mostraba su desacuerdo con Fidel Castro en relación con el comunismo que al final destruyó la isla. Una vez que Fidel declaró a la isla un estado marxista-lenilista, Matos continuó en la cárcel; ahora quizá por haber pronosticado lo que ocurriría.

Si bien estas memorias dejan espacio para especular sobre lo que el comandante no dijo-como la conducta de algunos revolucionarios en la sierra, donde se asesinó a decenas de hombres por el simple hecho de una acusación de chivato y donde los juicios sumarísimos eran la orden del día-explícito queda que su vida es un ejemplo, paradójicamen-te una contradicción a todo lo que el régimen cubano se ha concentrado en proyectar a cerca de sus líderes contemporáneos.

¿Pasó la noche para Huber Matos? Eso jamás lo sabremos. Lo que si queda nítidamente plasmado es que su irreprochable conducta ante todo lo que le propuso la vida, engalana de prestigio y de hombría la larga y sangrienta historia de Cuba.






2 Responses to “Crimen y Castigo”

  1. […] Agosto 8, 2013 | Por Jorge Ignacio Pérez Huber Matos abrazado por Antúnez. Foto de Jorge Ignacio […]

  2. […] el libro Cómo llegó la noche relata los hechos ya resumidos y también sus años en prisión durante los cuales denunció haber […]

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