Los compañeros yanquis

por: Rafael Román Martel

La prensa norteamericana se esmera en presentar una realidad tergiversada de la situación actual en Rusia. Sí, Yeltsin tiene problemas; quién no está exento de dificultades rodeado de comunistas. Yeltsin se encuentra en estado de sitio por sus enemigos, encabezados por Ruslan Jasbulatov, Presidente del Parlamento. Al acecho está Gorbachev, zorro viejo, quien codicia retomar el poder para ponerlo en las manos de sus camaradas, entre ellos cuatro de los hombres que intentaron el coup d’etat en Agosto de 1992. Curiosa situación. Cuatro de los golpistas, comunistas recalcitrantes, están ahora a la vanguardia de la oposición. ¿Qué pasó con la justicia? ¿Acaso no es un crimen contra el pueblo organizar y efectuar una oposición para asegurar el poder apoyados en las armas y violando toda ley constitucional? ¿Qué hacen ahora hablando por televisión y haciendo el papel de políticos? Tal parece que en Rusia los cambios excluyen la aplicación del aparato judicial para los que pisotean los derechos de un pueblo que da sus primeros pasos hacia la democracia. Y es que los comunistas continúan soñando con el pasado. Luchando por el pasado.

En áreas rurales y repúblicas como Georgia están sembrando el terror. El que una vez se disfrazó de gran estadista, Eduard Shevardnadze, es ahora el cacique y verdugo de su pueblo. Apoyado por el mafioso Zviad Gamsakhurdia, Shevardnadze, quien fuera jefe de la KGB en Georgia en 1978, asesina impunemente a la oposición, aterroriza y subyuga a sus conciudadanos. Ha regresado al estado natural de un comunista.
Georgia es ejemplo donde se reflejan otras repúblicas como la sufrida Ukrania o Latvia, donde en enero de 1991, mientras le hacía ver al mundo que era un “moderado”, Gorbachev envió tropas y tanques para aplastar el avance independentista dejando decenas de cadáveres.

Es en Rusia donde Boris Yeltsin tiene la mayoría de sus partidarios y donde sus rivales políticos están trabajando con ahínco para restablecer los privilegios que perderían totalmente si se solidifica una democracia de corte occidental.

En Moscú se realizan demostraciones casi diariamente. Donde se reunen mil comunistas son confrontados por grupos que apoyan a Yeltsin y que los superan numéricamente. El paso hacia la democracia es irrevocable, al menos que los comunistas instiguen uno de sus acostumbrados baños de sangre. No nos extrañemos que esta sea la “salida” que ejerciten; perder un imperio puede provocar venganzas impensables. Además, Yeltsin y muchos otros predicen que si no se da el paso definitivo se caerá en una guerra civil. Pero la realidad es que el pueblo que se lanzó a las calles en agosto de 1992, cuando, entre los muchos ejemplos de valor y determinación de los rusos, un padre de familia declaró ante las cámaras que prefería morir antes de regresar a la esclavitud y subrayaba que su actitud ante el peligro no le preocupaba porque la libertad de sus hijos no tenía precio. Ese pueblo, que es tan humano como cualquiera no quiere regresar al comunismo.

No obstante a tan palpable realidad, la prensa norteamericana no pierde oportunidad para resaltar las necesidades que están pasando los rusos después del comunismo. Es cierto, la vida es difícil en Rusia, pero ¿es qué acaso era un paraíso hace cinco años? Los canales de televisión, los periódicos y las revistas parecen encontrarse con tres comunistas por cada demócrata en las calles de Moscú. Porque, como sucede en este país, si diez izquierdistas se reunen en una esquina y prenden fuego a una bandera norteamericana o arman un escándalo ahí está la prensa para recoger y propagar todos los detalles. Si se reunen diez mil o treinta mil demócratas-como lo hemos hecho-para protestar en contra a una dictadura comunista, esto no es noticia, y si lo és, por la magnitud de la demostración, aparece la noticia en un diminuto espacio o en un rincón de la página fantasma del diario The New York Times . Los demócratas rusos no se salvan de este tipo de prensa parcializada. La prensa norteamericana se ha tomado la misión de puntualizar lo mal que se vive hoy en Rusia y como elocuentes testigos presentan a los comunistas que se agarran de un palillo de dientes con tal de salvar sus privilegios, sus posiciones de poder absoluto desde donde controlaban y atropeyaban al pueblo. Gracias a la atroz manera de gobernar todo el mundo sabe que los que todavía alzan la voz en pos de la “dictadura del proletariado” son únicamente parásitos que agonizan por no ser extirpados del cuerpo de la víctima. La prensa de este país les hace el juego, después de todo, qué tienen que perder gente como Ted Turner, Sam Donaldson o Ted Coppel, entronizados en sus mundos de egoismo y fantasías, pueden darse el lujo de creerse hasta sus propias mentiras.


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