El cambio y el celular

Rafael Román Martel

Los recientes acontencimientos desde Cuba y el exilio son, hasta cierto punto, desconcertantes. Y es que de eso se trata el “socialismo cubano” de desconcertar a todo el mundo. Los cubanos están contentos-bueno algunos cubanos-de que ahora pueden ir a los hoteles a mirar. Y hasta, si su familia del exterior, le envía unos cuantos dólares-bueno cientos o miles-pueden pasarse una buenas vacaciones en alguno de los famosos resorts. A propósito, según información recientemente publicada la tarifa de los cubanos va a ser más alta que la de los extranjeros.

Eso no ha de ser ningún problema para nuestros hermanos en la isla si es que me guío por mis propias encuestas- y a estas alturas no confío en las demás- a los que llegan y he tenido la oportunidad de entrevistar. No he conocido en considerable tiempo a ningún cubano que me haya dicho que pasaba mucho trabajo y necesidad en Cuba, por los menos aqui en el noroeste.

Posiblemente las gélidas temperaturas de estas regiones causen una especie de tupición mental, creo que los médicos le dicen amnesia o algo así, porque escucho una y otra vez: “A mi en Cuba no me faltaba nada. Yo estoy aqui por mi tío” (o papá o otra cosa). También he escuchado declaraciones más radicales como una joven que exclamó “Lo que pasa es que los cubanos vienen aqui a hablar mierda. Yo recibía $800 al mes en Cuba y vivía como una reina. Yo hacía lo que me daba la gana. Yo quiero regresar a mi país.” Cuando alguien le replicó que se podía ir, argumentó que ella ya estaba aqui y que iría con- lo que denominó- doble residencia. Será algún nuevo término de imigración que, desde luego, desconozco.

Estas respuestas de que ya “estoy aqui y ¿qué voy a hacer?” me recuerdan al viejo cuento chino (cubano) del reloj, el carro o la manilla de los años 70 por estos lares. Algunos cubanos exhibían manillas de oro que ni Adashir en todo su esplendor se las mandó a hacer tan grandes y acumuladas de oro. Cuando alguien les celebraba la manilla abrían los brazos al cielo y gritaban con calidad de asombro: -¿Esta manilla? ¡Mira mi helmano me estoy muriendo de hambre por llevar esta manilla! ¡Esto es otra renta! ¡Esto es como tener tres hijo! ¡¡No se te ocurra meterte en esto!! – ¿Bueno pero si esto es así ¿por qué no la vendes o te deshaces de ella? -¿Qué voy a hacer? Ya estoy metido en esto, contestaba repitiéndole a su interlocutor que jamás se le ocurriera comprar algo asi. Y seguía caminando con su manilla que espejeaba toda la Avenida Bergenline con un resplandor incadescente.

Era obvio que no quería dos cosas: 1) Que nadie tuviera una manilla como la de él. 2) Que no quería desprenderse de la manilla. Esto que parece trivial, pintoresco e intrascendente para cualquier ser humano, diríamos, de Alemania o Suecia, es parte intrínseca del cubano.

Muchos de los que llegan de Cuba se niegan a decir que se comían un cable y sienten la necesidad de restregarle en la cara a los que ya llevan tiempo aqui la falacia de que ellos no fracasaron. Que están aqui por “cosas de la vida”. Este argumento no explica muy bien el porque se tiran al mar en miles y cientos de miles los cubanos cada vez que tienen una oportunidad, arriesgando sus vidas y hasta las de sus hijos. Y habiendo perdido muchas en el estrecho de la Florida, continúan haciéndolo.

Si aplicamos el asunto de la manilla podríamos decir que nadie quiere reconocer que compró un fracaso pero tampoco renuncia totalmente a éste porque es muy difícil reconocer errores. Errores que morbosamente dan cierta satisfacción. Es muy difícil explicar algunas cosas como ser parte de un mitin de repudio o haber tenido a Fidel como un Dios por muchos años para venir a comer de la mano de los gusanos.

No es fácil conceder un triunfo a gente que ha sido catalogada como gusanos por medio siglo.

Esto no es un fenómeno reciente. En los años 70 escuché en Union City a cubanos decir que en su casa en Cuba ellos tenían “de todo”, hasta jamones colgando de la cocina. El fenómeno de la inculpabilidad de algo de lo que realmente no se tiene toda la culpa no nació ayer. Se ha ido acentuando asi como, por otra parte, el fracaso llevó a la ruina material, espiritual y moral a inmensa mayoría del pueblo cubano.

Lo que no se puede olvidar dentro de este geroglífico tropical es que existen grupos e individuos en Cuba que tienen fuertes convicciones democráticas. Individuos a quienes no se les ha podido persuadir y quizá no se les pueda persuadir.

Esos que hablan de libertad.

Y es que para poder disfrutar de un celular sería bonito ser libre para decir lo que te da la gana sin tener que vivir en la “paranoia”-según he leído-creada en la mente de los cubanos. Es lógico pensar que la libertad es una necesidad básica y el celular un lujo secundario. Mientras más se enfrasca el pueblo cubano en la furia consumerista, menos se habla de libertad y ese estado de confusión es precisamente el objetivo de los “cambios” de los “nuevos” dirigentes.

Una palabra que escucho menos y menos e parte de los que recién arriban de Cuba, Libertad, digo. Una palabra más bien usada por los que aún alojan algún idealismo donde refugiar nuestra esperanza.

Ahora el pueblo tiene lo que el mundo disfruta: ahí está el lujo para todos. Ahí están los “Cambios”. Si alguien se queja sólo le están dando la razón a lo que los comunistas les vienen repitiendo por todo el tiempo de la revolución: En una sociedad de consumo la mayoría del pueblo sólo puede mirar. Mientras los ricos y los turistas-dueños del dolar- disfrutan de lo que el revolucionario no puede porque gana 20 dólares al mes.

Y es que con 20 dólares al mes no hay quien rayo haga Revolución.

Las aperturas para dar paso al levantamiento del embargo son medidas profundamente calculadas, con el riesgo de que los comunistas se equivocan. Un riesgo que pueden pagar perdiendo el poder, o buena parte de éste. Pero están contra la pared. Cuba está hinchada y hay que escontrar una salida. Es necesario seguir ordeñando la vaca de Miami, de New Jersey y de cualquier lugar del mundo de donde se pueda mandar divisas para confundir más al pueblo y al exilio y, sobre todas las cosas, mantener el poder.

Raúl Castro y su pandilla sabe todo esto. Ellos saben que el cubano le enviaba a sus familiares “paquetes de quince’ cuando los recipientes carecían de las necesidades más básicas. También sabe que los cubanos en el exterior, desesperados y ahora hasta presionados por sus familiares en Cuba, pagarán por los celulares de uso a $260 y por los hoteles a precios desorbitantes de la misma manera que aqui han pagado por la famosa manilla comiéndose un cable. Esa sabrosura de andar por La Habana con un par de gafas colgando del La Coste y un celular permanentemente pegado al oído y al tono grave e internacional de su dueño lo va a pagar algún familiar en Los Estados Unidos. Y todo ese ingreso va a alimentar las clases privilegiadas que han estado dominando los destinos de la isla por los últimos 50 años.


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