Un futuro radiante o esclavos de nuestra individualidad

Un futuro radiante o esclavos de nuestra individualidad

por Rafael Román Martel

Corren aires de expectativa por La Habana en estos días. Y por Miami. Cada día que pasa más y mayores rumores sobre la desaparición de Fidel Castro. Fuertes corrientes azotan a los niveles medios del ejército y la inteligencia cubana de que el comandante no regresará. Y el aire en Cuba se va estrechando porque sobre los cubanos, dentro y fuera de Cuba, cuelga un enorme signo de interrogación.

En 48 años de revolución se han echo añicos los valores tradicionales de los isleños, cabe mencionar la tergiversación de la identidad cubana, del orgullo nacional, trabajado por el internacionalismo marxista y su arrasante materialismo que ha topado de escombros la ética, el respeto humano, el ideal democrático y la infraestructura que hacía del individualismo cubano toda una industria, demostrada en el éxito del exilio cubano en Los Estados Unidos.

Desde luego que el cubano no está perdido. Desde luego que a pesar del efectivo trabajo de los comunistas el cubano flota sobre toda esta tormenta. Pero las humillaciones y el abuso han causado serios estrágos. Muy costosa en vidas y en sufrimiento ha salido la revolución cubana de 1959.

En caso de que los mencionados rumores sean una realidad los cubanos enfrentarán un considerable dilema: cómo levantarse de las toneladas de odio, de injusticia, de chivatería, de separación de familias y de una larga lista de “errores” que han cometido los comunistas cubanos a sus compatriotas. Algo deben tener en cuenta los cubanos si llegan a enfrentar una difícil etapa de cambio: la venganza no trabaja pero sin justicia no hay país.

La desaparición de Fidel Castro del poder no necesariamente significa que dramáticos cambios tomen lugar ni que “el aparato” de represión cubana, casi perfeccionada en 48 años, no tenga la capacidad de controlar una situación “irregular” en la isla. Por otro lado jamás se puede menospreciar la ola democrática ni se debe pasar por alto el considerable nivel de deserción que ha ocurrido en las filas castristas durante los últimos años.

Por las calles de Miami caminan todo tipo de personajes que ahora salen en televisión y escriben libros basados en sus experiencias como miembros de la cuadrilla comunista. Estos señores aseguran que ellos estaban “adentro” que ellos “sí pueden hablar” porque estaban “en la colada.” Y es que cuando se fracasa lo menos que se puede hacer es tratar de vender un libro.

La Mafia de Miami tiene que ser la más democrática en el ampa del bajo mundo, porque acoje a sus verdugos, los pone en televisión, los acepta en sus organizaciones, los ayuda incluso económicamente y hasta los invita a comer en sus casas para que hagan cuentos de la noche en que se tomaron unos tragos con el comandante (Ah, dulces guerreros cubanos). Esa parte benévola del cubano es la que puede dar paso a una reconciliación y no a otra palabra que nos azota aún.

Algunos de estos hombres (disidentes, desertores (?) lucharon por el socialismo toda su vida y ahora tienen la integridad de confesar públicamente que “si no hay justicia en Cuba el país será una catástrofe” como declaró Daniel Alarcón Ramirez, alias Benigno, en el documental Los secretos de Castro. El hecho de que este alto funcionario del gobierno cubano y tantos otros dejen el barco es una mala señal para los elementos más duros del aparato.

Hay algo en común entre los cubanos, un factor que nos une: hemos sido víctimas de algo que no pudimos calcular (Yo tenía un mes de nacido). Hemos caído bajo el hechizo de una maldad insólita. Los rusos (ó soviéticos) cayeron en algo similar por más de siete décadas. Hemos sido subyugados por uno de los nuestros por muy anticubano que sea o fuera. Es tiempo de voltear el rostro a la maldad, no a la justicia. Es tiempo de edificar nuestra verdadera identidad.

Esta comienza no por una reconciliación sin barreras sino por una identificación nacional y de rumbo (los comunistas dicen “meta”). Somos cubanos y tenemos la responsabilidad de levantar una sociedad civil de las ruinas del militarismo, el sectarismo y la guerra de clases impuesta por el bolcheviquismo, donde todos son iguales con excepción a los más útiles y sumisos al partido y los que más efectivamente torturan a la población.

La agente Silvio Rodríguez relata sus hazañas en una canción

No obstante, debemos de tener en cuenta que si bien los comunistas cubanos nos trituraron por el simple hecho de no ser parte de su infección, los cubanos-mayormente concentrados en Miami y en Union City- se han comido vivos unos a otros por unos dólares. Un odio latente ha separado familias, ha retirado a los ancianos a “Holmes” donde han muerto de tristeza, han odiado y difamado al vecino por un parqueo que ni siquiera les pertenece, han chivateado a sus compatriotas en las factorías por el favor del Jefe, han robado a tuti-play, han saqueado a sus padres, los han dejado morir en apartamentos sin calefacción o los han arruinado por tener un automóvil del año, han discriminado a los cubanos que llegan poniéndoles nombretes, llamándoles guajiros, muertos de hambre, marielitos, etc.

Los comunistas han hecho horrores, no hay dudas. Los cubanos en el exilio no han sido santos.

Lo único que nos puede unir es un fuerte sentimiento de identificación nacional y un espíritu cristiano. Un paso hacia la tolerancia siempre dentro de los marcos de la justicia porque muchos tienen que pagar “¿y qué se hace cuando no se tiene nada conque pagar….y hay que pagar?” Se aceptan responsabilidades. Se enfrenta a la justicia. Claro que como ha declarado de frente Daniel Alarcón Benigno muchos no han hecho nada. Adolf Eichmann también declaró su inocencia ante una corte judía. Cuando la cosa está dura todo el mundo se vio obligado a seguir órdenes.

En caso de un cambio democrático y un período de rectificación social en nuestra patria veremos a muchos Eichmanns en Cuba, ya algunos caminan por Miami.

No estamos exentos de culpas, ni aquí ni allá. Sólo los ex-presos políticos cubanos que pagan un alto precio por su patriotismo y un pequeño grupo de hombres en el exilio, hombres como Mario Fernández, Silvio Acosta y un centenar de otros pueden alzar la frente en alto porque pusieron sus vidas en juego por poner un grano de arena por la libertad de Cuba. Otro grupo gritaba en las reuniones o en la radio, la mayoría practicó la cubanísima frase: “¡Qué se joda otro, tú no!” La mayor parte del exilio-por muy heróico que parezca-alzando banderas y gritando, viajó a Cuba y hasta cuadró la caja con los comunistas cubanos (?) para ayudar a sus familias mantenidas como rehenes político-económicos de la buena voluntad y sentido familiar del cubano. Esta cualidad nos da fuerza individual que nos destaca sobre Latinoamerica y nos debilita como nación.

Los cubanos no sólo estamos solos sino rodeados de enemigos. La envidia hacia nuestra raza azota a muchos nativos de los países latinoamericanos. Una vez que las autoridades cubanas abran las fronteras económicas el turismo en Cuba castigará a sus vecinos en el Caribe y partes de Suramerica, incluyendo las costas de “La República Socialista Bolivariana”.

Hay mucha gente que no quiere nuestra libertad ni nuestra independencia.

Y no son precisamente los malvados yanquis, que son tan malos que le resuelven el problema a todo el mundo, incluyendo a los indígenas del Perú que acaban de sufrir un terremoto cuya asistencia requiere de todos los ciudadanos libres del universo.

En 48 años los “gusanos” estamos al frente de todos los grupos hispanos en educación, economía y cultura en Estados Unidos. Los cubanos levantaron un pántano que ahora se llama Miami, donde hoy comen hasta los argentinos. Somos, sin dudas, el grupo étnico más respetado por los norteamericanos dentro del marco de la América del Sur. Si ponemos esto en práctica en nuestra patria, dado el caso que se abra hacia el camino de la democracia y un estado civil, lograremos en 20 años alcanzar lo que los comunistas no han podido en 48.

La muerte o desaparición-o como usted quiera llamarle-de Castro debe ser un factor de reflección, no una comparsa sin rumbo. Nuestro triunfo como nación depende de la voluntad unitaria que nos lleve a salir de esta pesadilla.

Sino no lo hacemos seremos otro triste estado latinoamericano, sobreviviendo a merced de las migajas que Los Estados Unidos nos tire como huesos del imperio.

Sólo uniéndonos podremos salvar los obstáculos que nos esperan. Sólo con un sentido de misión común, un sentido de identidad cristiana, podremos salir adelante. Ya Fidel, Raúl y Marx hicieron su trabajo y fracasaron, le toca a la juventud cubana hacer el suyo.



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